domingo, 8 de octubre de 2017

Escalando en los Andes: Alpamayo, un sueño hecho realidad


*Agosto del 2017:

Hice un intento de viajar al continente Americano con 18 años. Iba a ser con mi amigo Luispa, y ya teníamos los billetes comprados (700€), lo que para aquel momento supuso un esfuerzo tremendo juntar aquel dineral.
Pero me llegó una llamada de unos compañeros de la formación del TD1. Habían montado una empresa en pirineos, querían que me encargase de la sección de escalada. Una oportunidad única que coincidía en fechas. De modo que renuncié a un viaje a cambio de poder costearme 10 como ese tras el verano.
La empresa resultó ser una ruina. Pero aprendí mucho aquel verano. No me arrepentí de mi decisión, pues con la experiencia que obtuve me hice guía de barrancos con gran facilidad y soltura (incluso me dieron la mención a mejor alumno de la Escuela Madrileña de Alta Montaña 2016) tras la formación. Además, en el vuelo que cogí, hubo overbooking y pude jugar con ello para que a los 4 meses me devolvieran todo el dinero.
3 años más tarde se me presenta de nuevo una oportunidad casi única. El equipo Nacional de Alpinismo Femenino, del que forma parte Vicky Vega (mi chica), viaja a Perú de expedición como despedida por su tercer año de equipo. Me comenta que vaya con ellos. Al principio lo veo inviable, pero Vicky me dice que me puede esperar si en Julio no me cuadra ir…
Tengo que juntar pasta, por lo que aprovecho Julio para trabajar casi sin descanso con las semanas multiaventura que organizo, y luego guiando a un puñado de clientes por las distintas paredes del Naranjo.
Junto el dinero, me saco el pasaporte, y a pesar de mi miedo a los aviones me dispongo a meterme 12 horas en una de esas cajas del terror.
Mi vecino César me acerca al aeropuerto. Vicky allí, al otro lado del mundo, pasa la mayor parte de tiempo incomunicada. Todo lo que tengo de ella para guiarme hasta su encuentro es un whatsApp con unas instrucciones bien claras.
Mi avión aterriza en Lima una hora antes. No se me ha hecho tan largo el vuelo como pensaba. Tras las puestas de desembarque me encuentro con un hombre muy bajito, con el pelo tazón y oscuro, una chupa negra de cuero y unas grandes gafas cuadradas de ver. Sujetaba un cartel en el que ponía (mal escrito) “Javi guazman, Casa Zarela”. Como mi vuelo llegó pronto, me entretiene casi una hora hablándome del porqué del clima de Lima. Cambio 50€ por soles y su hermano Eduardo por fin llega a recogernos. Salgo del aeropuerto, y veo un cielo gris cargado pero que nunca llega a descargar. Me subo al taxi y me doy cuenta de las escasas señales de tráfico que hay. –Pero… ¿Por qué pitan tanto todos los coches? Es como su medio de comunicación para avisar de su presencia y evitar colisiones entre ellos.
Conducen como locos. Hacen conducción de supervivencia. Más del 90% de los coches son antiguos, con la chapa llena de abolladuras sin importarles. En los pocos tramos que se encuentran asfaltados, la carretera sigue dejando mucho que desear. Casi todas las casas están a medio construir, (más tarde Vicky me explicaría que esto se debe a que el estado otorga una subvención a aquellas casas que se encuentren en obras).
Me llevan a la estación de Cruz del Sur, y el hermano de Eduardo (cuyo nombre jamás me mencionó), como me nota mal de la garganta y el taxi se había hecho esperar, me saca de la estación casi cogido de la mano, nos jugamos la vida cruzando aquella carretera de inexistentes pasos para peatones, y nos acercamos a un puestecito. –Ponle un Emoliente. (Es una combinación de hierbas a modo de té caliente que se suponía que me iba a curar todos mis males). Me lo tomo ardiendo.
Eduardo me pide 60 soles. Se los pago y su hermano me despide con un abrazo, -adiós amigo Javier.
Cuando el bus aparece tras llegar con una hora de retraso me sorprende la exagerada comodidad de los asientos, (que eran verdaderas butacas). –Bueno… es posible que aquí sí que pueda viajar 8 horas sin paradas.
Casi todo el trayecto se desarrolló por desierto. Llegando se podían divisar las primeras cumbres congeladas en el lejano horizonte.
El autobús aparca en Huaraz. Un taxista me acosa al salir de la estación: -¿Taxi señor?, ¿taxi?, -Sí. Me quita de las manos una de mis maletas y la mete en el maletero. –Voy a Casa Zarela, iglesia de la Soledad. -¿Me puede indicar? (responde el taxista). –Es usted el que vive aquí, no yo.
Me da la sensación de que se empieza a inventar el camino, y le digo alto y serio: -¡Si no sabes ir pregúntaselo a alguien o déjame aquí y me cojo otro taxi! Pero me llevó bien y sin demorarse mucho. Me pide 10 soles. -¡5 como mucho! -nueve…-¡cinco! -ocho…ocho… -¡Nó!, ocho es robarme. Me pide después 6 y se los doy. A partir de ese momento me di cuenta de que debía cerrar el precio antes de usar un servicio.
Por fin en el hotel. Aquí amanece a las 6:00. Debo comenzar con mi alcimatación. Zarela me informa bien y unas horas después me subo a una combi (furgoneta compartida), y me lleva hasta el comienzo del trekking de la laguna Churup (4.450m).
En apenas 1h 30´ y tras haber hecho casi 500m de desnivel llego a la Laguna. Tengo la garganta fastidiada y salvo por el aire frío que respiro me encuentro muy bien.


De vuelta en Huaraz como un menú por el equivalente a un euro.
Ya de noche en el hotel, me quedo en la cama leyendo un libro hasta que me quedo frito.
Hasta dos veces sueño que Vicky entra por la puerta. Sé que le quedan unas horas para llegar y no paro de despertarme y mirar el reloj. Ya son casi 2 meses sin verla…
Por fin llega, a la vez que el sol, pero más bonita que el amanecer. Dormimos algunas horas más con la cortina corrida.
Aquél día descansamos, hablamos de todo y de nuestros posibles proyectos de escalada en roca, (el Alpamayo tenía que ser sí o sí).
Queríamos salir al Alpamayo lo antes posible, pero con la garganta tal y como la tenía además de mi pequeña infección pulmonar podía resultar fatal hacer actividad en tanta altitud.
Aclimatamos un poco más haciendo en nevado Mateo 5.150 (un pico muy sencillo que se podía hacer en apenas un par de horas) 
Vicky Vega y Javi Guzmán en el Nevado Mateo 5.150m

Reposamos otro par de días comiendo y esperando a que se me quitase ese extraño sonido que poseía a mi esternón cada vez que tosía. Puesto que nos encontrábamos residiendo a 3.100 metros, estaba tardando una eternidad en recuperarme.


No aguantamos más el sedentarismo y nos decidimos por una vía de roca en uno de los valles cercanos a Huaraz, “El Karma de los cóndores/7B/300m/4.400m”.
De camino al inicio de la marcha, yo alucinaba por donde los taxistas eran capaces de meter sus coches sin sentir la más mínima pena por los amortiguadores. Después de más de media hora habíamos avanzado los máximo posible. Y no encontramos a ningún arriero de modo que nos tocó cargar los macutos 3 horitas por un camino que podríamos considerar como razonablemente cómodo hasta lo que llaman “el control”.

Huascarán 6.768 Segunda montaña más alta de Sudamérica




Plantamos la tienta, cargamos el todo el material de escalada, e hicimos otra horita más de porteo por el frondoso bosque tras el casi invisible rastro de un empinado caminito en el bosque. Identificamos el comienzo de la vía y volvimos a la tienta siguiendo la luz del frontal.



A las 6:00 de la mañana siguiente ya estamos andando. Parece que vamos un poco tarde, pero cuando tocamos la roca, está tan fría que damos gracias de no haber salido antes de la tienda.
Al primer largo le gradúan en la guía de V, lo escalamos. Y después de esta primera impresión, nos hacemos una idea del carácter de la vía. Esta transcurría por el punto más débil y lógico de la pared, siendo así un sinfín de fisuras, diedros, placas y chimeneas. La pared se encontraba completamente limpia de seguros salvo por las reuniones, y en cuanto al grado, era más duro de lo que ponía en el croquis, como casi siempre...
Javi guzmán en el segundo largo del Karma de los Cóndores. Perú

Vicky se dio en tercer largo (una chimenea sucia), el resto me lo dejó a mí.

Nos encontrábamos sobre los 4.000m, y se suponía que a la pared le proyectaba el sol de) 9:00 am a 14:00 am, pero pese a que el cielo se encontraba despejado no lo vimos en todo el día, (otra errata más de la guía).
Los largos por lo general eran mantenidos. Luchaba una secuencia dura, los brazos se me petaban el doble de rápido de lo normal, me invadía la sensación de asfixia, necesitaba reposar cada 3 movimientos. Encima se me adormecían por completo los dedos de las manos debido al frío, y en los reposos aprovechaba para soplarme aire caliente en cada mano. Cuando necesitaba tacto para agarrar alguna regleta, el tiempo que me detenía y agitaba fuertemente las manos era exagerado.


Vicky, por debajo, tras haberse quedado congelada, se peleaba el largo como mejor podía.
Con mucho esfuerzo conseguía encadenarme toda la vía, con largos de hasta 7a+. Y llegamos bajo el gran techo, el largo más duro de la vía (7b), una vez echo este largo, nos encontraríamos con un punto de no retorno. Íbamos tardando una media de 1h 15´ por largo. Habíamos escalado 5 largos y seguir a este ritmo nos supondría la llegada de la noche y su correspondiente frío en la pared. Me encontraba agotado y sufría continuos calambres en los brazos cuando escalaba. Valorando la situación veía difícil encadenar a vista aquel techo.
 

Vicky me propone descansar, darle un pegue y descolgarme hasta la “R” para bajar. Si hago esto y paso las mayores dificultades de la vía, no sería capaz de bajar sin completarla. Tendría que subir hasta arriba, pero seguro que con la necesidad de acerar los pasos duros, y escalando de esa forma no encuentro la motivación suficiente para subir.
Estamos congelados. Intento no ser demasiado duro conmigo mismo diciéndome interiormente que es una escalada exigente y a una altitud a la que nunca he escalado.
Rapelamos, recogemos la tienda y nos volvemos a Huaraz al límite del día.

…….

Se van consumiendo los días, aprovechamos el día siguiente de descanso para hacer compras en el mercado y preparar la logística y los petates para la montaña que Vicky ha conseguido meterme en la cabeza como un nuevo sueño, como una necesidad.

Llegó en día. Compartimos furgoneta con nueve vascos hasta Caxa pampa. Contratamos a Aquiles como arriero para llevar nuestros macutos junto a los de dos de los vascos.

Comenzamos a caminar algo más tarde de las 11:00, pretendiendo hacer dos etapas en un solo día (24 km cuesta arriba), pero muy suaves para lo que puede llegar a ser andar por aquí.
Caminamos dentro de un valle profundo y extenso, dirigiéndonos hacia montañas que nunca llegan. El camino varía. En algunos tramos arenosos, los burros que suben y bajan, tanto los de nuestra expedición como los de las demás, levantan un polvo infame. A tramos encuentras pradera, a tramos barro, pradera otra vez…




Después de cerca de 6 horas a buen ritmo, en un último giro se deja aparecer la cara sureste del Alpamayo. Nos instalamos en el campo base mientras visualizamos el recorrido del día siguiente.
Amanece. No salimos de la tienda hasta que los rayos de luz calientan la tienda. Desayunamos viendo a nuestros compañeros los vascos comenzar la subida, pretendiendo llegar al campo 1 del tirón.
Hay quienes dicen que la primera parte (desde los 4.000 hasta los 4.700) puede llevar una horita, por lo que también estoy dispuesto a empalmar los dos tramos. Me daría mucha pereza dedicarle un día entero a una sola hora de actividad.
Recogemos todo y preparamos los macutos. Tienen una pinta horrible, pesarán de 25 kilos para arriba. No lo pensamos más y a ritmo de astronauta subimos los 700m de desnivel…


Finalmente paramos en cronómetro en 3 horas, y calculamos que sin peso, a 3.000 metros menos, y corriendo, sí que se podría llegar a tardar una hora.
Nos da que los 300 metros de desnivel que quedan (pero ahora de glaciar) los va a hacer Peter…
Montamos nuestra casita de tela y disfrutamos de las vistas el resto de la tarde.


Desde aquí observamos en la lejanía cómo los vascos superan escalando el último obstáculo antes de llegar al campo 1. Al final les ha salido una jornada durísima, tan solo 2 de los 7 tuvieron fuerzas para escalar al día siguiente…
Unos franceses que conocimos en el campo base plantan la tienda al lado de la nuestra. Son Jaco y Julie. Hicimos amistad con ellos y nos pasamos los contactos.
Amanece, y por lo general estábamos durmiendo bastante bien. Calculamos las provisiones que necesitaremos y dejamos el máximo peso posible entre unas rocas: 1 bastón cada uno, ropa, las gafas de sol de repuesto, comida, las zapatillas de trekking… nos ponemos el disfraz de alpinista y entramos al glaciar al mismo tiempo que Jaco y Julie.

Damos con un ritmo suave y continuo bastante bueno. Ascendemos por el laberinto de grietas y aristas que supone el glaciar, pero con unas marcadas huellas que delataban la solución. A penas saltamos un par de estrechas grietas hasta llegar al último tramo. Esta consistía en una escalada en nieve mucho más fácil de lo que nos la hubiéramos podido encontrar en otro momento, por lo que continuamos en ensamble.

En apenas tres horas, asfixiados y respirando 3 veces en cada paso, alcanzamos la loma cimera, sobrepasando así la barrera de los 5.000m. Sonreímos de felicidad y motivación cuando vemos el Alpamayo en su pleno esplendor.

Visualizamos a los dos vascos haciendo cumbre, y en el eco del valle escuchamos sus gritos de euforia junto a los de sus amigos en celebración de estos desde el campo 1.
Dos alpinistas vascos en los últimos largos del Alpamayo

Primera noche que dormimos sobre el hielo. Nos acostamos a las 17:00 de la tarde. Pasadas unas horas, escuchamos unos jadeos agonizantes perturbando la tranquilidad de la noche. Vicky oye como un guía busca edemox entre las personas que se encuentran en las tientas, nadie tiene. Nos damos cuenta de que su cliente alemán y mayor de 50 años, padece un gravísimo edema pulmonar. Se encuentra luchando por respirar con los pulmones encharcados, no hay ningún médico y nadie puede hacer por él más que esperar hasta el amanecer y bajarle lo más rápido posible si siguiera vivo.
Con una sensación muy desagradable volvemos a conciliar el sueño.
A las 00:30 suena el despertador. Dentro de la tienda hacen -12ºC. Abro suavemente la cremallera de mi puerta y visualizo varias luces en lo que parecía ser la mitad de la pared. Nos desmotiva ver que nuestros esfuerzos por entrar a la pared los primeros han sido en vano. Desayunamos una tacita de té caliente y cuatro galletitas cada uno y salimos escopetados.
Durante nuestra travesía de media hora sobre el glaciar me encuentro con el paisaje más bello de todo el viaje a Perú. Sobre un escenario de grietas, seracs y rastros de desprendimientos, destacaba el cielo más estrellado que jamás haya visto. La vía láctea nace en el oscuro horizonte, y terminaba recortada tras la enorme silueta del Alpamayo. No reconozco este extraño cielo, pues nos encontramos en el hemisferio sur, y estas no son las constelaciones bajo las que vivo.
Estamos llegando a la vía, subimos por una rampa de nieve hasta que se la ve suficientemente empinada. Desplegamos una sola cuerda doble para escalar con ella en simple, la otra la llevo guardada en el macuto para los rápeles.
Comienzo muy decidido el primer largo. Tras 40 metros de rampa y un pequeño tramo vertical de 3 metros, llego a la rimaya. Recién protegido con una estaca subo por unos grandes y aparentemente precarios peldaños de hielo, que a modo de puente uso para entrar a la pared. Asomo la cabeza por encima del resalte que da comienzo a la vía. Cuando me dispongo a traccionar del piolet, pasa ante mí una intimidante ráfaga de trozos de hielo que me obligan a apartar la cara. En un momento me había invadido el miedo. Alumbré con el frontal hacia abajo con la idea de bajarme de ahí, pero demasiado tarde, la rimaya se veía muy difícil de destrepar, además de que Vicky ya había salido en ensamble. –Mierda, esto no tiene retorno desde aquí. Pensé. –Bueno, voy a llegar a la primera reunión y luego ya vemos. Me anclé a una estaca fija en la nieve desde la que aseguré a Vicky. Quería haberme bajado, pero ahora me encontraba más calmado.
Ella llega, y me quedo callado. Nos intercambiamos poco más de una mirada y continúa con su largo. Salgo 10 metros en ensamble hasta que llega a su reunión.
A ratos llueven proyectiles de hielo, suenan como auténticos disparos de revolver, como en las películas del oeste. Estos trozos son fruto de la escalada de los vascos, que se hallan unos cientos de metros más arriba. Cuando en este tipo de vías te metes detrás de otra cordada, estas son las incomodidades que aceptas. Desde luego que ellos no tenían la culpa nada.
Me urge la necesidad de reducir la distancia entre nosotros para que el hielo que nos golpea lo haga con mucha menos fuerza.
Escalo sin mirar arriba para no quedarme sin nariz. –Lo llego a saber y no me meto… me aguanto y hago un esfuerzo por este sueño compartido con Vicky. Ella no se queja lo más mínimo. Llego a su altura y la adelanto, el tercer largo me toca. Escalo sin mirar hacia arriba lo más mínimo. Me impresiona bastante cuando me impactan los trozos en el casco y hombros. Uso dos estacas para proteger los primeros 30 metros y dos tornillos para los siguientes 30. Increiblemente alcanzo la reunión de la cordada de vascos, que por encima suya se encuentra otra cordada más de su misma expedición.
Vicky cuando llega se cree que ya están rapelando, pero por desgracia no es así. Hemos ido bastante más rápidos que ellos y ahora toca amoldarnos a su ritmo.
Comenzamos a atascarnos en las esperas, y a -20ºC colgados del hielo, no se encuentra uno en las condiciones más cómodas para estar parado.
Debido a mi costumbre de escalar rápido en pared, esto me produjo una terrible sensación desmoralizante de lentitud.
Por fin nos desatascamos. Dándole cuerda a Vicky podía sentir de nuevo los dedos de las manos, pero a su vez dejaba de sentir los de los pies. Cuando me tocaba escalar recuperaba los pies y al contacto del guante con el hielo perdía de nuevo los dedos de las manos.
Llego a la reunión, es de noche, me encuentro congelado y las frecuentes caídas de hielo me aterrorizan. Simplemente no estoy acostumbrado, me falta experiencia en este terreno.
Al mismo tiempo me sorprende la tranquilidad con la que Vicky se toma la situación. –No quiero escalar más, esto es una mierda. Le digo. –¿Por qué?, no hay nada fuera de lo normal, esto es lo que tiene ir tras una cordada en este tipo de vías, ¿Quieres que nos bajemos?
Sé que el miedo es traicionero, y cuando es irracional (como me hacía entender Vicky) hay que enfrentarse a él. De modo que Hice un esfuerzo por creerme esto que tanto predico y le dije a Vicky que mientras tirase ella de primero yo la seguiría.
Después del nuevo atasco ella continuaba. No hizo la más mínima mueca de duda, más bien se la veía encantada de tirar ella con el peso de todos los largos. Con su ser natural conseguía transmitirme casi toda la seguridad que necesitaba.
A ratos miraba al horizonte con la ilusión de que apareciera el sol y me calentase con sus rayos mágicos. Sabía que solo era una fantasía, realmente no me parecía bonita la idea de que el sol calentase el hielo que nos sostiene.
Vuelvo a subir de segundo, llego a la reunión y me encuentro con otra espera eterna. Me comienza a doler el pecho, creo que del estrés. Un poco condicionados por la escena de la que hemos sido testigos esta noche, decidimos que si me va a más bajamos de inmediato. Un trozo de hielo me impacta en el bíceps y me causa un dolor intenso y concentrado que me devuelve a la sensación de miedo. –Madre mía… esto en la cara me puede dejar inconsciente (pienso). A Vicky otro pedazo le hiere algo la nariz, pero ella sigue demostrando su dureza. En estos momentos siento que con ella me iría hasta el fin del mundo.
La aseguro, comienza el amanecer y la claridad del cielo hace que los grandes seracs colgantes se dejen ver. He escuchado unas cuantas historias de escaladas en los andes, pero pocas bonitas. Me entra pánico de que se pueda desprender una de esas moles. Me emparanoio. Oigo crujidos donde no los hay. Cuando a los vascos se les desprende un trozo considerablemente grande de hielo lo avisan: ¡¡¡ROOCAA!!! Me agarro fuertemente a los piolets y me pego a la pared. -¡Ni una más! No vuelvo a meterme detrás de una cordada.
Me duele un poco la cabeza y los pasos cada vez me asfixian más. Nunca he estado a esta altitud e intento buscarle el sentido a como me estoy encontrando. Llego a la reunión de Vicky con lágrimas en los ojos. Me dice: -Javi, nos bajamos. –Noo… queda muy poco. Ella también se encuentra más cansada, se estaba dando la paliza psicológica que implica darse toda la vía.
Llegamos al último largo, vertical y más técnico que el resto. 

Vicky corona el hongo cimero, conquistado también por cinco vascos más. Recoge la cuerda tensándola, me encuentro al límite, clavo el piolet en la cima y por fin recibo sol en la cara. Al mismo tiempo veo a Vicky sonriéndome y tan agradable de ver como siempre, sin embargo, a mí no me quedan fuerzas para sonreir. Se me hace un esfuerzo tremendo y perezoso el de hacerme una foto.
Cima del Alpamayo (5.947m) Vicky Vega y Javi Guzmán
Soy perfectamente consciente de que he llegado aquí arriba gracias a ella. Así se deben sentir mis clientes cuando les subo al Naranjo, pienso. Y me siento enormemente agradecido. 7 horas hemos estado en la pared habiéndonos podido ahorrar entre 1,5 a 2 horas de haber sido los primeros… Lección aprendida.
Nos coordinamos con nuestros amigos los vascos y rapelamos en cadena con tres pares de cuerdas. Lo hacemos de tal forma que yo pueda bajar primero y más rápido. Me encuentro al límite. Mi aclimatación definitivamente fue insuficiente.
Tras 11 horas de actividad llegamos al campo1 escuchando los gritos de celebración de nuestros amigos Jaco y Julie. Nos miran guías y alpinistas, y orgulloso de Vicky digo en alto: ¡Menos mal que tengo una chica fuerte!
Lo primero que hicimos fue preguntar por el alemán Milagrosamente había sobrevivido a la noche y se lo habían bajado de madrugada
Me metí en la tienda y me quedé tumbado 16 horas. Vicky tuvo que seguir encargándose de todo. Derritió nieve, hizo la comida, y me obligó a cenar…
Yo no podía pasar más tiempo en altura, me dolía la cabeza, me mareaba cuando me movía lo más mínimo además de sentir una sensación de asfixia prolongada, me dolía el pecho, y lo que a mí más me preocupó: no tenía ni gota de apetito incluso después de haber quemado tantísimas calorías. En fin… padecía todos los efectos del mal de altura y me supuso un tremendo esfuerzo beber y comer algo.
Al día siguiente, ya bajando, nos llevamos una desagradable sorpresa en el campo morrena. Nos había robado las zapatillas y las gafas de sol. En su lugar dejaron una moneda de 10 centimos peruanos.
Después de los primeros 300 metros de glaciar continuamos bajando los 700 metros de desnivel con la mochila y las botas duras. En el campo base los vascos, que nos habían adelantado nos dieron de beber agua mineral embotellada, que se agradece con la vida, además de melocotón en almibar y alguna cosa más. Una gente estupenda que esperamos ver más veces. ¡Gracias por todo! Os portasteis de forma impecable con nosotros.
Encontramos a un arriero y aprovechamos la oportunidad de bajar en el día. Lo que supusieron unos 24 kilómetros más sin poder cambiar de calzado. A Vicky casi s ele caen los pies. Yo, a esa altitud y con mis botas cómodas iba decentemente, pero Vicky llegó al límite y completamente ortopédica a Caxa pampa.
A la 1:30 llegamos a nuestro hotelito en Huaraz tras algo más de 2 horas de taxi y 230 soles gastados. Después de 11 horas andando casi sin descanso caímos muertos en la cama. Se acabó el alpinismo por esta temporada…
Vicky me demostró su enorme dureza además de lo tremendamente competente que es como compañera en la montaña. Por si fuera poco, consigue algo que casi nadie llega a tener el poder suficiente para hacer. Hace que me sienta seguro, y con una persona que me sacaría de cualquier lado. Me siento muy orgulloso de ella.
La semana que vino después se  la dedicamos al turismo y la actividad tranquila, explorando de esas zonas que son obligadas de ver al menos una vez en la vida… 

Esto no ha echo más que empezar...


Naranjo de Bulnes: Sagitario en solitario + Cherokee way (7b)

*Julio del 2017:


Suena la alarma a las 4:25. Me visto, cojo la mochila, salgo del cuartito de los guías y entro en el refugio. Puntuales ahí me esperan los clientes, alumnos y también amigos. –Buenas noches les digo, (pues quedan todavía casi dos horas para el amanecer…)
En la tranquilidad de la noche avanzamos tras la luz de nuestros frontales. Como únicos testigos nos vigilan las estrellas.
Para algunos hoy es un día de muchas emociones, y debo encargarme de que todo vaya sobre ruedas y ponerlo lo más fácil posible.
El día transcurre tranquilo y sin imprevistos, logrando objetivos y derrumbando temores. La cima pasa a ser únicamente la guinda del pastel, una pequeña parte de la aventura que engloba mucho más que una simple cota alcanzada.


Bajamos con prudencia. Ayudo a dos personas felices a llegar sanos al refugio. Magnífico trabajo, me digo a mí mismo. Siete ascensiones más y me voy a Perú.
Tengo un día de descanso. Hoy no hago de guía. Es su lugar descanso aprovechando para dormir un poco más. Pero dentro de mi tiendecita hay algo que no me permite dormir más y me obliga a preparar la mochila, es un sueño, y por lo tanto un deber.
Miro a la imponente pared oeste del Naranjo y el cuerpo me pide cerrar un capítulo. Me ruega subir por aquella vía que casi me quita la vida cuando traté de escalarla sin conocimiento alguno casi 5 años atrás.
Camino hacia ella. La miro mientras me pongo los gatos. Estamos solos tú y yo. Pues esto es algo demasiado personal como para poder implicar a alguien más.
Comienzo la escalada y a los 12 metros puedo colocar el primer seguro para atar mi cuerda. Tras unas rápidas prácticas en La Cabrera, esta es mi primera vía escalada en solitario.
Intuyo algunos pasos difíciles, pero me doy bien de cuerda y los afronto sin vacilar. Me estoy sintiendo de maravilla empalmando dos largos seguidos. Por debajo de mí, más tarde comienza a escalar otra cordada que no llega a pillarme. Cada largo escalado lo tengo que rapelar para soltar la cuerda, recuperar el material y volverlo a subir para continuar desde el último punto alcanzado. Aun así escalo la vía en apenas un par de horitas. Una experiencia fantástica.

Bajando, me encuentro con dos franceses, que se quitan el sobrero después de la hazaña, (gente muy agradable).
Ya me noto con el poder que necesitaba para dar el paso hacia delante. Ahora sí.
Sin saber exactamente porqué, me comienzo a encontrar mal. Pienso que algún cliente me ha pegado algo. Comienzo a sufrir un dolor de garganta que me llega a dejar totalmente afónico, y esto viene acompañado de un dolor de cabeza constante. De todas formas intento no prestarle ningún tipo de atención a esto para que se largue por donde ha venido.
Tras unas cuantas guiadas más al picu, me llegan tres días seguidos sin clientes. El primero de estos días madrugo para tratar de cumplir uno de mis mayores sueños a corto plazo enfrentándome así a uno de mis retos vitales, (escalar la Rabada Navarro, 750m en la oeste del naranjo en solitario).
Entro en la vía de noche. Nunca he escalada algo así con tanto peso encima. La mochila tira demasiado para abajo. Comienzo a escalar. El primer largo no presenta demasiadas dificultades. Empalmo con el siguiente largo y aprieto en la llegada a la reunión.
Rapelo para recuperar el material. Comienzo el siguiente largo. Empiezo a apretar desde el principio, es demasiado incómoda la mochila. Algún paso me está exigiendo más de la cuenta y comienzo a escalar en artificial lentamente. Me noto cansado. Coloco un friend y me cuelgo de él. Cuando estoy sacando otro del arnés, el friend del que estoy colgado cede y deslizo unos centímetros hacia abajo. El susto me hace soltar el que tenía en la mano y alumbro con el frontal su caída 50 metros al vacío.
Llevaba muy pocos friends y ese es uno de los que más necesitaba. Me duele a horrores la garganta cada vez que trago saliva, y además me noto con algo de fiebre. Pienso que estas cosas pasan y que hay que saber encontrar recursos para salir a delante. Por un momento pienso en continuar dándome el largo en libre pero tengo la garganta demasiado mal para aguantar doto el día luchando en esta vía. Escalar de noche con el frontal se hace muy difícil. Hay que estar corrigiéndolo todo el rato en el casco cada vez que pasas de estar mirando a bajo para mirar hacia arriba y viceversa.
Después de 10 minutos meditando me decanto por meter un empotrador y descolgarme con más miedo que vergüenza desequipando el largo.
Me vuelvo a dormir a la tienda el rato que queda hasta el amanecer.
Mi colega Quique se despierta cuando me escucha llegar y me pregunta que qué ha pasado. Le respondo con voz muda: Rabada 1, Javi 0… y me voy a dormir.
Pasadas unas horas, vienen Rubén y Quique a mi tienda. Me dicen que quieren hacer la vía cherokee way, que tiene un largo de 7b y que les acompañe para que puedan subir por ahí. Hacen el comentario con cierto aire de vacile.
No me encuentro bien, pero escalar no me va a hacer estar peor. De modo que les acompaño.
Quique se da el primer largo, que es un V+ expuesto. Subimos Rubén y yo, y el segundo largo ya es para mí. Hacemos cambio de encordamiento y lo pruebo. Ya desde el segundo parabolt me caigo. Parece durísimo el largo, me quedo en cada paso hasta que consigo sacarlos todos. Me aseguro de haber memorizado bien la secuencia y continúo hasta la reunión. Cuando llegan mis compañeros le pregunto a Quique con mi voz más bajita posible que si mañana vendría a asegurarme a esta vía. El acepta y continuamos escalando.
A dos largos del final de la vía nos entra el sol y decidimos bajarnos sin terminarla. Ya vendremos mañana.
Al siguiente día subimos con la calma. No tengo ni una pizca de voz. Cuando trago saliva noto la garganta como si estuviera en carne viva. Entramos en la vía pasadas las 12. Esta vez para encadenarla entera de primero.
Tengo la sensación de que la fiebre va menguando a medida que voy haciendo movimientos.
Llego al segundo largo y caliento poniendo las 3 primeras cintas, bajo y comienza el baile.
Bajo los ánimos de quique voy resolviendo las secuencias, chapo el tercer parabolt y acarro un canto grande. Me encuentro muy contento, el resto no pasa de 6c y sé que voy a llegar de sobra a la reunión.

La segunda parte es una placa algo expuesta en la que se puede meter una o dos piezas pequeñas, pero ya conociéndomela subo a gusto. Y así encadeno el resto de largos disfrutando de la vía. Salvo por los dos últimos que solo tienen un parabolt y hacen dudar sobre el itinerario en pasos que ponen en duda la graduación.
Pese a que me contaron que la mía se trataba de la tercera repetición en libre. Luego lo verifiqué y no era cierto. Se había escalado más de tres veces en libre por distintos escaladores. No demasiadas, pero tampoco tan pocas, de modo que esta no fue más que otra típica ascensión.
Continué currando los días que me quedaban, siempre muy a gusto, cumpliendo objetivos y con muy buenas sensaciones.
Aunque tuviera que volver a casa sin mi sueño de escalada en solitario a la Rabada, me iba muy contento. Pues soy consciente de que pese a que superar nuestros retos sea algo fantástico, lo que realmente nos hace volver son aquellas cosas que nos dejamos por hacer…