Aquí comienza el Rock and Roll de verdad. La vía obligaba a escalar en libre sobre secciones muy descompuestas para después obligarte a colgarte de seguros que apenas apetecía mirar. Esto hace que la escalada sea realmente laboriosa y que la fatiga mental se intensifique hasta niveles extremos. Pues no es lo mismo colgarse de un plomo cuando tienes una ristra de seguros chapados por debajo de tus pies, que colgarse de este cuando vienes de darte una sección en libre y ves las cuerdas limpias y sin seguros por debajo tuya. A la contra, cuando toca salir en libre, generalmente los seguros que te protegen son emplazamientos precarios, y toca aventurarse a vista por aquél mar de roca, consciente de lo fácil que sería caerse por rotura de cantos. Y mientras escalas, te da por calcular lo fea que podría ser la caída y comprendes porqué nadie ha repetido esta ruta. Un auténtico juego mental de primera división. Allí arriba pudimos poner en práctica en primera persona las enseñanzas que Sophie y yo impartimos a nuestros alumnos cuando damos nuestro curso de gestión del miedo en la escalada.
Cuatro horas y media fue lo que tuvo que invertir Saúl para pasar por aquel largo que finalmente graduamos de A3+. Y por las fechas del año en que nos encontrábamos, no quedaba luz para mucho más. De modo que después de izar los petates y juntarnos los 3 en la “R4”, quedaba una hora y media de luz aprovechable, aunque eso era el menor de los inconvenientes. Pues el frío comenzaba a azotar, y la débil lluvia fue ganando fuerza. Quisimos ser muy optimistas al venir aquí con tan mal pronóstico meteorológico. Pensamos que la pared desplomaría lo suficiente como para no mojarnos y que el parte del tiempo sería exagerado, pero no fue así.
Me toca meterme en el papel. La pared se está empapando y nosotros comenzábamos a calarnos. Pero allí nadie se quejaba y no quería ser yo el primero en hacerlo. Sentía que debía ese largo a la cordada, que era mi cometido. Y comencé a escalar sin pensármelo mucho. Cuando encontraba un emplazamiento que me diese confianza aprovechaba para colgarme y descansar, ya que escalando tan bloqueado para no forzar los agarres me hacía ir muy tenso y perdía rápidamente la fuerza.
A ratos me embarcaba en travesía por donde no era, y tenía que volver al punto de partida sintiendo fuertes los golpes de mi corazón contra el pecho. Encontraba secciones que no entendía. Me las arreglaba como podía para montar una micro-reunión y darme las secuencias duras en libre. Saúl tenía una clase on-line de la universidad, y sacó el móvil en mitad de la oscura y lluviosa noche para asistir a clase colgado desde la reunión, por lo que no podíamos contar con él.
La situación era bastante cómica hasta que casi me caigo al romperse un bolo que estaba pisando con el pie. Yo me conseguí aguantar de las manos pero este le cayó a Sophie en el brazo desde unos 8 metros. Ella grito fuerte y se le saltaron las lágrimas. Parecía que se le había roto el brazo. Yo grité casi por acto reflejo a Saúl para que se encargase de las cuerdas. Les dije que me bajaran pero ellos evaluaron daños y parecía que la cosa no era tan urgente. De modo que Sophie se quedó fuera de combate y yo continué con el aseguramiento de Saúl, que ya no estaba en clase. La noche llegó y la luz del frontal me proyectaba incómodas sombras que me perjudicaban a la hora de encontrar pies que pisar. La roca se encontraba completamente mojada, y yo sentía mi cuerpo de la misma manera, pero caliente gracias al miedo, un miedo con el que siempre había convivido en los momentos complicados, pero que nunca había estado presente durante tanto tiempo seguido. Desde abajo, en el pueblo, Toño, uno de los responsables de esta apertura, contemplaba incrédulo aquella escena con sus prismáticos. Me las pude arreglar para escalar en libre largas tiradas protegido que seguros que dejaban que desear y lidiando con el roce de las cuerdas que me lastraban, para llegar finalmente hasta la reunión calado hasta los calzoncillos después de otras cuatro horas y media de lucha y tensión. El grito de celebración por parte de todo el equipo hizo eco en la montaña.
Fijé cuerda y bajé con Sophie y Saúl para montar las hamacas. Nuestra idea era seguir hasta la cumbre del tirón al día siguiente, pero después de pasar una larga noche tormentosa, nos despertamos calados y con la pared en unas condiciones lamentables. Decidimos bajar de allí fijando cuerdas estáticas para volver la semana siguiente. Habíamos invertido demasiado esfuerzo como para abandonar a esas alturas.
No nos volvieron a cuadrar las agendas de los tres disponiendo de un buen parte meteorológico hasta dos meses después.
*25 de Enero del 2022:
El martes 25 de enero salimos en coche desde la sierra de Madrid a las 04:00am y fuimos directos hasta Riglos. En el parking preparamos todo el material y Sophie y yo subimos primero por las cuerdas fijas para continuar escalando el largo 6. No me hizo especial gracia subir por unas cuerdas que llevaba, dos meses a la intemperie y de las cuales no sabes si les ha podido golpear una piedra en el peor de los casos. Saúl por detrás, iba arreglándoselas para subir lo que serían más de 120 kilos de petates. Toda una obra de ingeniería la de desempeñar tan ardua labor una persona sola. Al llegar él a uno de los fraccionamientos, se encontró en el alma la cuerda por la que había ascendido porque uno de los cubre-roces se había descolocado. Cositas que te borran la sonrisa de la cara.
Por mi parte, comencé el largo 6 medio desfallecido por los metros de jumareo que nos habíamos desayunado al sol y cargando con material de escalada a la espalda. Este largo comenzaba con un factor 2 importante, que obligaba a poner máxima atención y cuidado. Una vez más tuve que invertir 4 horas de agonía para completar los 30 metros que sumaba aquella tirada, y a sabiendas de que por allí nunca se había conseguido pasar desde su apertura. Pensamiento que golpea la cabeza con fuerza. La exigente escalada mixta (mitad en libre-mitad en artificial) me hizo llegar exhausto a la reunión. Para cuando Saúl comenzaba con el siguiente A3, la noche ya nos había envuelto, y Sophie y yo nos dedicamos a ir montando las hamacas mientras asegurábamos a Saúl bajo la luz de las frontales.
Aquella noche fue incómoda. Esta vez dormimos los tres en una hamaca de dos para aligerar. Lo que se paga con falta de confort. Aún así, disfrutábamos súbitamente de la experiencia mientras nos recordábamos que aquello solo era un entrenamiento de preparación para una aventura mayor…
A la mañana siguiente, a Sophie le tocó asegurar a dos bandos. A mí de primero mientras me daba el siguiente largo y a Saúl de segundo mientras desmontaba el largo equipado la noche anterior. Una tarea que requiere poner mucha atención y actitud, pues tenía que gestionar bien las cuerdas mientras animaba activamente. Cosa que se agradecía. Aquél largo me salió encadenado completamente en libre, lo que nos hizo ganar tiempo. Una de las peores tareas era la de izar tal peso en petates que a ratos quedaban enganchados en las panzas. Aquello te dejaba con el lomo destruido y los brazos temblando.
Ya sólo quedaba un largo antes de la trepada final de IV grado. Saúl trató de salir de la reunión en artificial pero resultaba demasiado tedioso. Nos pasó el martillo, los clavos y todo lo que le resultase un lastre, para finalmente decidirse por tirar en libre. Un completo acierto. Salió un bonito largo de 6a con una roca de generosa calidad y unas protecciones aceptables.
Entrada la noche llegamos por fin a la cumbre y lo celebramos con una buena cena calentita bajo la inmensidad de un brillante cielo estrellado. Todos estábamos de acuerdo en no pasar otra noche más en la cima. Preferíamos bajar durante esa misma noche. Y pronto nos pusimos manos a la obra.
Desde cumbre teníamos un rapel de 60m hasta el collado. Yo bajé rapelando mientras desde arriba descolgaban la carga completa para que la fuese guiando hasta la siguiente reunión sin opción a enganchones traicioneros. Luego, desde el collado, descolgamos la carga del tirón utilizando las cuerdas estáticas empalmadas mientras esta vez Saúl rapelaba en paralelo para dirigir los petates. Sophie y yo llegamos después abajo.
Una vez tuvimos todo recogido, distribuimos la carga en tres partes para portearla hasta el coche. Fue ahí donde nos dimos cuenta de que faltaba un petate. Al principio vacilábamos, pero pronto nos dimos cuenta de que nadie sabía donde estaba. Me llevé las manos a la cabeza al visualizar el último lugar donde recordaba ver aquél saco metolius de mi amigo Luisra, con un juego de friends dentro y dron con mando incluído…
Sólo esperaba que no me tocase escalar en solitario al día siguiente para recuperar nuestro valioso equipaje.
18 horas ininterrumpidas de trabajos (casi forzados) habían pasado ya cuando aparecíamos en el coche. Cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos una nota pegada en la ventanilla del piloto que ponía escrito con rotulador “LLAMARME”. Era una tarjeta de visita con el nombre de Toño Carasol, uno de los dos intrépidos aperturistas de la vía del Bunny, dedicada a un amigo suyo fallecido. Al parecer, el hombre había estado siguiendo expectante toda nuestra aventura desde sus prismáticos, y le urgía calmar su tremenda curiosidad por saber quienes eran los locos que habían conseguido repetir su vía. Pero antes teníamos otros asuntos pendientes...
A la mañana siguiente, Sophie y yo nos metimos en la vía “Chopper + Chopperior 300m, 6c”. Ruta que tuvimos que escalar al sol y en un estado físico bastante sesgado. Me costó horrores encadenar la vía, pero llegamos a la cumbre en un horario decente y pudimos recuperar todo el material a tiempo de bajar a comer con Saúl al refugio.
A la tarde fuimos a visitar a Toño, que ansioso nos había invitado a merendar y cenar en su casa. Allí cambiamos impresiones sobre la aventura que había supuesto subir por aquella pared. Toño nos contó que les había costado abrirla 8 largas jornadas primaverales, y que efectivamente no estaba de acuerdo con muchas cosas que en la reseña ponía, entre ellas el horario que le daban a la vía, y las graduaciones que les habían puesto a los largos. Estaba de acuerdo con nosotros en que sería todo mucho más difícil de lo que pusieron, y más aún después de haber visto durante años los múltiples intentos sin éxito que se habían acometido por parte de las distintas cordadas. Terminamos dejando la vía graduada de 6b+/A3+.
Este llamó para poner en manos libres a su amigo y compañero de cordada Armand Ballart, con quien había abierto la vía del Bunny. Tuvimos una conversación muy interesante, y por sincronías del universo, Armand estaba justamente en ese momento terminando de escribir un libro, en el cual hablaba en el último capítulo de su experiencia en la vía del Bunny, afirmando que no se había repetido nunca. Fue una sorpresa para todos presenciar tal coincidencia. De modo que nos pidió los nombres para cerrar su libro hablando de nuestra repetición.
Antes de abandonar la acogedora casita de nuestro nuevo amigo, Toño nos regalo a cada uno, un póster enrrollado de los Mallos de Riglos. Su manera de entregárnoslo me recordó a un emperador japonés ofreciendo una espada samuray en reconocimiento de héroes.
Aquella vía resultó una experiencia de lo más mágica por la aventura que supuso tanto dentro como fuera de la pared, y felices nos volvemos a casa para continuar con nuestras vidas por donde las dejamos, y proyectar nuestro próximo reto con más perspectiva gracias a la experiencia sumada en el desarrollo de nuestra aventura de 4 días en la vía del Bunny.
Así dejamos re-graduada la vía
Agradecemos a la naturaleza la oportunidad que nos brinda de escalar sus montañas, y a los valientes que se aventuraron antes que nosotros para mostrarnos el camino.
Salud y Tapia.
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