*Día 10 de
Febrero del 2017:
Me alzo por
encima de las nubes, pero esta vez no me hallo aquí por escalar la pared de una
de esas montañas tan altas y afiladas que agujerean el cielo. Esta vez voy a
una velocidad de 900km/h, me encuentro en un avión que salió de Barajas a las
9:30, y que aterrizará en Ginebra a las 11:30. Aun así, me parece demasiado lento,
pues estoy ansioso por llegar, ver como se abre ante mí el valle más
espectacular que conozco, bajarme del autobús en Chamonix, y darle a mi amigo
Rober el abrazo más grande que pueda.
Hace un
tiempo increíble. Paseamos por Chamonix, nos lo contamos todo, cenamos y
hacemos una planificación provisional de la semana.
*Día 11 de
Febrero del 2017:
Desayunamos fuerte y salimos con los esquís en la mano.
Para mi sorpresa el autobús en Chamonix es gratis. Nos lleva hasta la estación
de esquí de Argentiere, nos montamos en el primer teleférico y nada mas
abandonarlo nos ponemos a foquear pista hacia arriba hasta llegar al final del
glaciar.
Desde aquí
visualizamos las cascadas de la cara sur del valle. No vemos a nadie
escalarlas, lo que nos activa el sensor de la desconfianza.
Pues nada,
rapelamos 60 metros y nos disponemos a escalar en la cara norte que tiene mejor
pinta.
Hemos tirado
las cuerdas y ya solo queda salir por arriba. Rober comienza a escalar de
primero, se tira unos cuantos metros sin proteger por la calidad del hielo.
Cuando golpea la pared con sus piolets, las hojas de hunden hasta la mitad, al
sacarlas vienen acompañas tras de sí por un chorrillo de agua.
Se lleva un buen rato para llegar a un sitio decente
donde montar la reunión, pues ha tenido que estudiar cada movimiento para
asegurar todos los pasos. A 30 metros de altura, el hielo ha mejorado algo, al
menos no supura tanto agua por debajo.
Rober ha
calentado y se encuentra cómodo a sí que continúa de primero, y a mí eso me
parece perfecto.
Algunos de los tornillos que llevamos no están bien
afilados y cuando Rober tiene que hacer más de dos intentos sin éxito por
meterlos, los manda a la mierda y continúa sin proteger por la cascada de 90
grados.
Esto del
hielo está muy divertido, el problema es que se pasa frío, y eso es algo a lo
que nos tenemos que acostumbrar.
El día nos ha servido para hacernos una pequeña idea
de lo que podría ser escalar en Alpes por esta época.
Volvemos a
casa para llenar nuestros estómagos, preparar la actividad de dos días que
hemos planificado y descansar bien.
*Día 11 de
Febrero del 2017:
Como a los
dos nos gusta lo mismo madrugar, cogemos el teleférico de las 12:00 de la
mañana, esta vez hasta arriba.
Nuestra intención para hoy es aproximarnos al refugio
de Argentiere, pasar la noche, y escalar temprano la vía Couturier al Aiguille Verte,
una vía clásica de nieve/hielo a lo largo de sus 1000 metros de recorrido, con
una cima a 4.122metros y una bajada de 15 rápeles seguida de una esquiada larga
hasta el valle de Chamonix.
Bajamos del
teleférico, y fuera de pista algo laborioso nos deja sobre el glaciar del valle
de Argentiere. Para lo que a Rober le ha supuesto un paseíto, yo he podido
comprobar que todos los rincones del valle son seguros para dar volteretas. Tengo
que sacarme la nieve hasta de los calzones. Pienso que pretender ser esquiador
en Madrid es como querer ser torero en Las Vegas.
Casi me roba
más el aliento el increíble panorama de hielo, roca y altitud en el que nos
vemos envueltos al ejercicio aeróbico que supone moverse por aquí. Este lugar
es fantástico, y por si fuese poco, nos
encontramos solos en la inmensidad del valle.
Siento un
placer inmenso foqueando con mi amigo por este lugar dirección al refugio.
A las 17:30 entramos al refugio con la motivación que
transmite un tiempo apaciguado con su cielo despejado, una temperatura no tan
fría como esperábamos y una preciosa vía enterita para nosotros.
Lo
primero que hacemos es poner el refugio a una temperatura más confortable para
secar la ropa y cenar a calentitos.
Alpes es una
maravilla. La gente había dejado comida para cenar, teníamos leña cortada,
camas con unos colchones de cine, y todas las mantas que quisiésemos… Así fue
la morada que ocupamos durante 11 horas.
*Día 12 de
Febrero del 2017:
A las 4:30
estamos en pié. Hacer fuego para desayunar calientes fue un error que pagamos
en tiempo, y en alpinismo, el tiempo es seguridad.
Sobre
nosotros había un cielo tan despejado que casi se podía ver sin necesidad de
encender el frontal. La luz de las estrellas y el pedacito de luna que colgaba
en el cielo proyectaban su luz amarillenta por el infinito manto de nieve.
Comenzamos con una bajada bastante empinada con los esquís. Yo prácticamente
bajo derrapándola entera y Rober coge tal velocidad que no vio venir una roca
cruzada en su camino, su decisión fue instantánea, la saltó por encima de esta,
proyectando una estela de chispas bajo sus esquís.
Pronto
necesitamos ponernos las pieles. A mí se me revienta el tirador y no puedo fijar una de las pieles. Esto nos hace
perder otros 15 minutos hasta que le consigo hacer un apaño con el cordino de
la cremallera de mi cortavientos. Parece que funciona guay, entramos en terreno
con posibles grietas de modo que nos atamos y continuamos con la deslizada
hacia arriba.
Comienza a
clarearse el cielo y nos queda mucho tramo hasta el pié de vía, es aquí cuando
damos cuenta de que teníamos que haber salido antes del refugio.
Rober está
muy fuerte, tira delante con todo. Viéndolo desde detrás parece fácil abrir la
traza con esas poderosas piernas. Rober está hecho a estas condiciones, esquía
todos los días en Alpes, en ocasiones se toma 2000m de desnivel positivo del
tirón para desayunar, ha bajado esquiando 4 veces la cara norte del Mont Blanc.
Está hecho todo un alpinista. Tanto que me hace sentir torpe, muy torpe.
Vamos
ganando altura, las zetas son incesables. Pero lo tenemos claro, vamos a piñón,
el día no puede tener unas condiciones más motivadoras…
Tras 3 horas
llegamos al comienzo de la vía. Al salir de los esquís nos hundimos en la nieve
hasta la cadera. Lo vemos negro, pero ninguno de los dos dice nada. Nos ponemos
los crampones y tiramos para arriba.
Para un
tramo de apenas 50 metros me tiro la vida. A unos 200 metros se ve la placa de
hielo. Sabemos que en cuanto lleguemos a ella pillaremos velocidad, pero se
interpone la rimaya.
Con un pie
apoyado en el inestable borde de nieve y el otro opositando en la pared de
enfrente, bajo mí se abre una profunda grieta. La misma por la que hace décadas cayó
Catherine Destivelle hace décadas.
Un muro extra
plomado de un par de metros y con nieve blanda, me hace la vida imposible para
cruzar al otro lado de la rimaya. Me ensaño durante media hora con la pared sin
apenas resultados.
Rober, 30
metros más abajo, congelado por la falta de movimiento, y por lo tanto con una visión más
objetiva que la mía, me dice que vamos muy mal de tiempo, que es posible que lo
consigamos, pero que también hay una alta probabilidad de que se nos haga de
noche para bajar.
Ahora mismo estaremos a 3.100 metros de altitud
aproximadamente y hacen unas temperaturas 8ºC bajo cero. Por la tarde y a 4.100 metros eso hasta
podría parecernos calorcito. Tomamos la decisión con la que nos
aseguraremos de arrebatarle un día más a la muerte. Des trepamos y esquiamos de
vuelta a Chamonix.
Rezar me fue
bastante útil, pues pese al miedo que llevaba encima, no me colé por ninguna
grieta.
Llegamos
pronto a casa. Y decidimos que esto no terminaría así, no quedándonos un día
entero de buen tiempo por delante. De este modo nos preparamos para subir a
escalar al día siguiente La Aiguille du Midi.
*Día 13 de
Febrero del 2017:
El Primer teleférico sale a las 9:00. Una cagada ya
para empezar. La vía por la que nos decidimos es la Mallory eugster, Un
itinerario de 1000 metros de escalada en nieve, hielo y mixto, aparentemente
asequible. La ventaja de hacer cima en Aiguille du Midi es que en caso de
llegar tarde o reventados tendríamos la opción de bajar en teleférico.
Pues
ya solo la aproximación sin descanso nos llevó unas 3 horas. Nos echamos los
esquís a la espalda y comenzamos con la escalada.
De
nuevo una nieve que se turnaba a tramos para absorbernos hasta la cadera o
hasta las rodillas cuando daba tregua. Una vez más vemos el asunto delicado
desde el principio, pero de nuevo la motivación nos supera y tiramos para arriba
pese a los insufribles esfuerzos.
Llegamos al
tramo de mixto. Ya escalamos por un terreno más duro, más técnico y más gozoso.
El hielo no es lo suficientemente bueno como para protegerse con tornillos, por
lo que vamos desencordados. Algunos tramos más delicados nos llevan un rato
pasarlos. Los esquís nos empiezan a incomodar cuando la cosa se pone difícil.
Esto me empieza a dar mal rollo. Estamos escalando una dificultad considerable,
desencordados, y expuestos a una caída de terribles consecuencias.
En cuanto
veo la ocasión nos atamos. Encuentro algún clavo, meto algún friend. La cosa se
complica demasiado y nos hace ir tremendamente lentos. Paramos en una reunión
de dos clavos temblorosos a valorar la situación. Nos quedan 700 metros de
pared y 3 horas de luz. La vía parece más asequible después los próximos 50 metros que tenemos por encima,
pero… -¿y si no lo es?
Aquí tenemos
la oportunidad de rapelar de una reunión de clavos. Tardamos un rato hasta decidir arrebatarle otro día
más a la muerte de la forma más segura posible.
Pues nada. Lo más sensato es tirar para abajo. Rapelamos
120m y al llegar a la nieve bajo deslizando. Rober se puede permitir el lujo de
esquiarse el corredor. Qué envidia.
Se dice por ahí que una retirada a tiempo es una victoria.
Yo estoy completamente de acuerdo, y me siento victorioso. Me vuelvo a casa muy
contento. El alpinismo invernal en alpes es muy duro y soy consciente de mi
limitada experiencia en estas condiciones. Ya solo el simple echo de tener un tiempo que te permita
intentarlo es de agradecer, y como persona agradecida que soy me voy feliz y
con enormes ganas de volver.
Este valle ya forma parte de mí.
Gracias por todo Rober, te quiero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario