miércoles, 18 de abril de 2012

Cinco grados bajo cero a la intemperie

*Día 14 del 4 de 1012:


Estábamos Cristian y Javi retenidos en el sofá de la casa de Cristian viendo la tele porque el mal tiempo no nos había permitido ir a escalar. Llevábamos un rato ya aburridos cuando se nos ocurrió mirar por la ventana. Esto cambió la tarde. Contemplamos a lo lejos la nevada que había caído en la zona del la Morcuera e imaginamos lo blanco que, kilómetros más lejos, se hallaría Peñalara… este fue el momento en el que vimos clara la oportunidad de escalar un corredor de hielo en el que fracasaron nuestros intentos la última vez que lo intentamos.
En apenas algo más de una hora ya teníamos las mochilas cargadas y las bicis a punto para salir. También llamamos al teléfono particular del hombre que mantiene abierto el refugio de Peñalara, que en ocasiones anteriores nos había comentado que el refugio siempre se mantenía abierto de viernes a domingo, así que al no cogernos el teléfono no le dimos mucha importancia y a las 12:40 horas empezamos a marchar carretera arriba 8 kilómetros hasta Miraflores.

Una vez allí, el tercer supermercado que encontramos estaba abierto y pudimos comer y llenarnos de energías…
Retomamos la marcha fijando como objetivo el puerto de la Morcuera. Nos metimos por una pista que parecía estar bien, pero en seguida se convirtió en un camino cuesta arriba que nos obligaba a tirar de las bicis. Pasamos de un paisaje verde y húmedo en el que nos caían continuas tormentas a un gélido y blanco bosque de pinos cuyo grosor de la capa de nieve, frío y viento, se iban intensificando según ascendíamos.

No nos podíamos permitir parar en ningún momento porque  las horas de luz eran menos que escasas para el recorrido que teníamos en mente hacer.
La nieve se quedaba incrustada y congelada entre los neumáticos y los frenos, de manera que la rueda dejaba de girar, obligándonos a arrastrar las bicis kilómetros arriba en un desnivel de unos 850 metros.
Con los músculos de los brazos ardientes llegamos a la Morcuera, y nos topamos con que la carretera estaba empapada pero sin hielo, de modo que comenzamos el reconfortante descenso de 15 kilómetros en el que no tuvimos que dar ninguna pedalada. Debido a la gran carga de las mochilas, la inclinación de la carretera, los desgastados neumáticos de la bici de Javi y a la defectuosidad de los frenos en ambas bicis, estuvimos obligados a ir con los cinco sentidos puestos en lo que hacíamos. Era una sensación especial y satisfactoria descender aquella carretera entre puertos de montaña mientras disfrutábamos de las vistas a los bosques, ríos y cercanas tormentas…
Ya en Rascafria llevábamos unos 32 kilómetros, y la espalda se empezaba a notar algo cargada.
Una tronadora tormenta amenazaba los alrededores llenos de montañas tapadas por la abundante niebla que deslizaba tranquila entre sus valles.
Encontramos una cabina mientras se puso a llover, así pudimos llamar a casa para explicar que el único móvil que teníamos se nos había roto y que a partir de ese momento estaríamos totalmente incomunicados.

Seguimos con la marcha y nos metimos en un camino que se hacía al lado izquierdo de la carretera que lleva al puerto de Cotos, (cerca del refugio donde queríamos hospedarnos). Vimos el kilómetro de la carretera y caímos en la cuenta de que nos quedaban 16 kilómetros de cuesta arriba.
Nos cruzamos un ciclista descendiendo veloz que nos sacó el pulgar sonriendo en signo de ánimo, le devolvimos la sonrisa y seguimos a delante.
Pronto nos metimos por un estrecho camino del bosque que se localizaba entre el río y la carretera. Kilómetros hacia adelante, nos alegramos al encontrar el puente que hicimos en el río en el mes de Enero para poder cruzarlo, con aquello sentimos la garantía de que tomábamos el camino correcto.

Alcanzamos una pista interminable con la que solo el asombroso paisaje te pagaba el sufrimiento de tirar de las bicis de nuevo con cada vez un grosor de nieve de mayor tamaño.
De vez en cuando nos caía una nevada y las piernas se nos quedaban dormidas y ardientes si intentábamos dar más pedaladas cuesta arriba, solo pudimos usar las bicis en alguna pequeña bajada por la que pasábamos.
Llevábamos andando más de 2 horas y no había terminado el camino, casi había oscurecido y todavía estábamos en un bosque que a medida que oscurecía, se iba volviendo más intimidante. Seguimos un último y empinado zic-zac cuyos insufribles pasos en una nieve que por momentos alcanzaba nuestras rodillas,  nos acabó soltando ya completamente de noche en la carretera, donde, exhaustos, tuvimos que machacarnos las piernas otros 3 kilómetros.
Llegamos a cotos, caminando cerca del inhabitado parking, cuando de  repente se nos paró el corazón de un susto que nos llevamos por el caos que se había producido en nuestras cabezas al recibir del cielo un fogonazo de cegadora luz que ilumino durante unos tres segundos todo lo que alcanzaba nuestra vista antes de escuchar un tenebroso y ensordecedor sonido tronador al caer un rayo cerca.
Continuamos por la carretera de Valdesquí, y después tomamos un desvío que se mete campo a través, dejamos las bicis debajo de unos pinos y alcanzamos el refugio en medio de los truenos y la tormenta. No había luz ni ninguna señal de vida, con el tiempo que estuvimos parados llamando a la puerta ya nos habíamos enfriado. Probamos con el refugio de emergencia que se encontraba al lado y que debería estar siempre abierto, pero también estaba cerrado.
Retrocedimos sobre nuestros pasos, y de vuelta en Cotos, no encontramos nada para dormir, estábamos completamente incomunicados y agotados. Vimos un pequeño merendero compuesto de 3 paredes y un techo, había una moto aparcada a un lado, dejándonos espacio para poner los sacos. Ya eran más de las 10 de la noche, pusimos el corta-vientos debajo a modo de suelo, temblorosos nos quitamos la ropa helada, nos pusimos algún abrigo seco y nos preparamos para pasar una larga noche a cinco grados bajo cero a la intemperie, compartiendo el hábitat con los lobos y demás animales salvajes de la zona durante 12 horas.
Solo el viento rompía el silencio de la noche, e inmóviles nos quedamos fríamente dormidos.
Javi escuchó un ruido a medio metro de su cara en plena noche, abrió los ojos y se asustó al ver un zorro rebuscando entre la ropa congelada. Sentado en el interior del saco se levantó hacia delante y el zorro pegó un gran salto asustado, y en lo que avisaba a Cristian ya había huido. Un rato después, a Javi le volvió a despertar el ruido de unas lentas pisadas sobre la nieve, y le susurró a Cristian hasta despertarle para que viera el zorro. Nos levantamos lentamente y contemplamos como el zorro a 6 metros se había parado asustado y curioso.
Mientras Javi cogía galletas el zorro huyó de nuevo, pero en cuanto tiró una galleta se acercó, y poco a poco le fuimos dando galletas más cerca hasta que cogió confianza y le dábamos de comer prácticamente de la mano encima de nuestro saco… Estuvimos 15 increíbles minutos con aquel precioso animal. Nunca imaginamos que algún día contemplaríamos de esta manera y con aquella confianza a un animal salvaje tan de cerca dándole de comer… fue sencillamente espectacular, sentíamos que todas las horas de sufrimiento nos habían sido recompensadas con aquellos 15 mágicos minutos.
Imagen sacada del vídeo que hicimos al zorro

*día 15 del 4 de 2012:

Despertamos con un insoportable frío, viendo a nuestra derecha las estalactitas que se habían formado en la moto, las botas estaban duras como piedras al igual que los calcetines, la capa exterior de los sacos estaba calada y nuestros cuerpos tiritando… Fue duro ponerse los crujientes y congelados calcetines seguido de las botas con los cordones desatados pero inmóviles. A las 9:00 de la mañana, abrieron un bar cercano y pudimos secar toda la ropa en el fuego mientras desayunábamos.
Ya repuestos empezamos a andar camino arriba. Íbamos a ir por un lugar poco solicitado, de modo que en cuanto salimos del camino principal tuvimos que abrir huella en una nieve que a veces nos llegaba por el muslo. Nos orientamos bien dentro de una niebla que solo nos permitía ver 50 metros por delante nuestra en los tramos más visibles.

Llegamos a las paredes del Zabala, caían estalactitas y pedazos de hielo de las paredes, no debíamos andar muy pegados a la pared. Encontramos el corredor que empezaba con una costosa subida por la que la nieve llegaba por la cadera.

A mitad del corredor tuvimos que fijarnos los crampones porque la pendiente y la calidad de la nieve lo requerían.
Llegamos a un paso vertical que estaba alto y con peligro en caso de caída, asique sacamos una cuerda y Cristian aseguro a Javi. El paso había que hacerlo con convicción y seguridad de uno mismo, Javi lo pasó y llego hasta donde la cuerda le dejó, después este desde arriba y bien seguro, aseguró a Cristian en su escalada, y cuando llegó hasta Javi, ya con la cuerda atada se dio el siguiente largo, desde allí aseguró a Javi y llegamos al refugio de hermana mayor.


Entramos en el refugio del Zabala a quitarnos los crampones para descender. Recuperamos las bicis cerca de las 14:00 horas y Cristian pudo contactar con su padre desde la casa de información para que nos recogiese en Rascafria, porque teníamos compromisos y no podíamos estar de regreso muy tarde.
Descendimos 16 kilómetros cuidadosamente por la carretera que las quitanieves habían dejado en buen estado. Llegamos con algo de frío al pueblo, y con unos 67 kilómetros encima, (35 de descensos y 32 empujando las bicis), nos acercamos al coche, desmontamos las bicis y las metimos en el maletero, el coche arranco y empezó a moverse de allí, se veía como las líneas que marcaban la mitad de la carretera pasaban seguidas rápidamente y notábamos como se quedaba atrás la tormenta con su niebla. Miramos la lejana montaña e imponía respeto, y nos alejamos de allí con una dura lección aprendida sobre asegurarse bien de dónde se va a dormir si las condiciones van a ser malas cuando se vaya a la montaña.








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