Qué
importante es soñar… pero aún más importante es tener valor para intentar
cumplir tus sueños. Es por esto que me despierto, porque de estar dormido se
quedaría todo en un sueño que empezó hace un par de años. Escalar los 1100
metros de la insuperable montaña del Petit Dru por la Directa Americana,
aquella montaña donde hasta las mismas nubes deben esforzarse para posarse en
su cumbre, la cima inaccesible, el para rayos de los Alpes, el lugar más
elegante por el que pueda subir uno a despedirse del sol…
Ahora,
dos años más tarde me sentía preparado para afrontar el compromiso que exige un
reto de tales dimensiones.Petit Dru 3.754 metros |
A mitad de la
ferrata vemos un curioso alargador eléctrico, le colgaba un cable que bajaba
hasta el valle, pero sin apenas cuestionárnoslo continuamos con normalidad.
De
repente las grapas en forma de escalera que permitían la progresión por la
pared se dejaron de ver, estaban
cortadas con radial dificultando el último tercio de la pared. Luispa
Llevaba dos mochilas ligeras, una por delante y otra por detrás, lo que le
volvía un poco torpe de movimientos, iba delante y tratando de pasar sin peldaños
por donde hacía escasos tres días habíamos pasado sin dificultades. Se le resbaló
un pié y se precipito delante de mí, dio media vuelta y estaba comenzando a rodar
hacia abajo. En un ataque de adrenalina le agarré gritando del asa de la
mochila y echando raíces con mis pies en la tierra y sujetándome de la otra
mano a la pared como pude le pare en seco. Nos miramos el uno al otro con cara
de asustados. A menos de dos metros de terraza, más bajo se intuye una gran caída vacía oculta
por la endeble vegetación, me mira a los ojos y me dice: -gracias… gracias por
todo. Casi se me salta una lágrima y le digo que continúe con mucho cuidado, y
así salimos de ese trocito de horror.
Retomamos el
camino llano y estable, dejamos un depósito de comida en una pequeña cueva para
tener algo con lo que llenar el estómago a la vuelta. Nadie comentaba nada pero
había tensión en el ambiente, habíamos tenido una forma brusca de comenzar un
segundo intento al Dru.
Llegando
a la base del Dru se descubre un glaciar tapado por las piedras de los desprendimientos,
es difícil andar 5 pasos seguidos sin mover 4 piedras, el terreno es inestable
y un tanto traicionero. Pero conocíamos el acceso y llegamos directos a pié de
vía. Escuchamos voces y vemos a un equipo de cuatro personas compuesto por dos
cordadas checas que izaban un par de petates en el largo 10.
-Bueno…
tapón tío nos van a ralentizar, -Yo creo que no les cogemos (responde Luispa),
-Ya verás como sí…
Nos comemos
cada uno un enorme bocata de pollo saboreándolo como si se tratase del último y
siendo plenamente conscientes del hambre que íbamos a pasar.
Guardamos
los crampones en la mochila, estiramos 30 metros de cuerdas dobles y comenzamos
a escalar en ensamble.
En 250
metros de escalada a penas paramos dos veces para juntar el material, de este
modo, lo que hace tres días nos costó más de un par de horas, esta vez lo
hicimos en apenas una.
Llegamos a la
primera terraza, dándonos paso al muro vertical. Aquí empiezan las
complicaciones de una forma progresiva y la escalada se convierte en algo menos
fluido.
Como ya
sabíamos, la graduación de los largos no estaba acorde con lo que ponía en el
croquis. Aparecía mucho V y 6a, pero en realidad era más bien una vía mantenida
en el 6b, 6b+.
Cuando
llegamos al largo 11, los robustos pero muy muy lentos checos nos hacían tapón.
-¡Estas no
son formas de escalar una montaña de este tipo!, ¿pero en que están pensando?,
así no van a llegar nunca, la van a liar…
Luispa me
tranquilizó recordándome que solo necesitábamos llegar al bloque empotrado por
lo que no nos urgía tanta prisa.
Pero aun así
eso suponía tardar más, por lo tanto estar más tiempo parado y colgado cual
estalactita de las reuniones, mayor rato de exposición a la continua caída de
piedras y mayor consumo de energías, por lo cual más sed, más hambre y menos
rock and roll para mañana. A mí me perjudicó realmente ese cambio de ritmo,
esto no entraba en mis planes.
Gracias a
dios cuatro largos más arriba en una repisa amplia cupimos todos y nos dieron
paso a quitarles las pegatinas. Vi que apurando podríamos llegar al bloque
empotrado sin necesidad de encender los frontales y me volví a tranquilizar y a
disfrutar de una escalada elegante y pura, sobre excepcional roca tanto por su
calidad de composición como por sus movimientos, y sobre todo de una buena
compañía como la que siempre hace Luís Pastor con su buen humor…
-Reeeuniiooonn!!
Yuujuuu….!!, (escucho a Luispa en el bloque empotrado).
Con las
fuerzas ya mermadas por la longitud de lo escalado, el peso del macuto, la
tensión acumulada, las espesas y húmedas nieblas que entraban y salían, el
frío, lo expuesto de algunos tramos y la evidente falta de oxígeno… Me doy este
último largo del día guiado por el haz de luz de mi frontal. Desde Chamonix se
me debe ver como un diminuto punto de luz en un inmenso mar de roca vertical.
Después de 9
horas de escalada sin descansos habíamos hecho 17 largos (cerca de unos 700
metros de pared, que se dice pronto)
Este fue el
punto más alto al que llegamos en nuestro anterior intento con Nacho Burgués,
queríamos escalar la vía en el día, y nos pusimos las 15:00 como hora tope para
estas aquí. Llegamos a las 16:00 y dado la previsión de mal tiempo para la
tarde del día siguiente, nos lo habíamos jugado todo a una carta. Lo más
prudente y correcto fue bajarnos, y bien que hicimos porque el día siguiente
amaneció granizando. Aquella decisión de bajarse nos salvó de una posible
horrible experiencia.
… Y
volviendo al bloque empotrado, la típica zona de vivak era peor de lo que me
imaginaba, es cierto que tendríamos cerca de 10 metros cuadrados habitables, de
los cuales 6 serían planos y tres aceptables para pasar la noche. Estiramos las
cuerdas para hacer algo que se pareciera a un suelo mullido, nos rodeamos el
cuerpo con la manta térmica, gorro, guantes, y nos metemos en la insignificante
funda de vivak. Así sacamos de la mochilita la cena: Un par de huevos duros cada
uno era la comida más consistente que habíamos traído para cenar. Los devoramos
gustosísimamente.
El suelo
estaba inclinado fuertemente hacia la izquierda (el lado del vacío), y la
temperatura descendía en picado. No pareció que bajase de los cero grados, la
isoterma estaba alta y no temblábamos demasiado.
Por la noche
se apreciaban las luces de Chamonix en
lo más hondo del valle. Incapaz de pegar ojo imaginaba como estarían durmiendo
plácidamente en sus camas sin ser conscientes de todas las comodidades que
rodean sus vidas. Me hizo reflexionar...
Por mi parte
lo más parecido a pasar una buena noche era estar bien pegado a Luispas para
poder notar como al menos una parte de mi cuerpo no tenía la necesidad de
temblar.
Después de
una eterna noche mirando el reloj cada 20 minutos, a las 5:30 comienza a
clarear. Nos ponemos en marcha, desayunamos dos tortitas de miel cada uno,
preparamos el material y me doy el primer largo de IV en zapatillas y con la
fresca.
Y ahí
estábamos… bajo el difícil gran diedro de 90 metros. La zona más técnica de la
vía. No nos lo pensamos mucho y nos pusimos manos a la obra.
Luispas se
dio el primer largo y yo el segundo, era largo, laborioso y tremendamente
difícil para hacerlo en libre. Imaginar a Christophe Profit pasando por aquí
sin cuerda en sus tiempos mozos me ponía los pelos de punta.
El diedro lo
terminamos en una repisa, desde aquí pudimos ver la travesía artificial que
había equipada con buriles de los años sesenta para salir a la cara norte.
Estábamos bien avisados de que esta parte era la más delicada de toda la vía.
Se intuía
que para acceder a la travesía había que pasar por una difícil placa de
adherencia a derechas y luego hacer travesía a izquierdas para llegar a la
placa de artificial.
Luispas tomo
el mando, llegó a la placa, chapó un clavo asqueroso bajo sus pies e intentó
hacerse el difícil paso de placa de una forma controlada, varias veces.
-Javi, no lo
veo, me voy a meter una ostia-.
-No se tío,
prueba por la izquierda…-
-Imposible…
vas a tener que intentarlo tú-.
A mí no me
apetecía nada que Luispas se callera. Yo estaba de una reunión de dos clavos y
entre nosotros solo había otro viejo clavo a demás de una caída muy fea.
Terminando una de las partes más delicadas de la vía |
Pero tampoco
me apetecía pasar por el mal trago de darme ese largo, y aún menos tener que
bajarnos. De modo que Luispas regresó a la reunión, salí yo, triangulé el clavo
con un friend por debajo de mí, después de varios tientos de sentir el paso y
buscarme una postura le hecho valor y me pongo a apretar. Tiro de los dedos,
aprieto el diafragma y revoto el pié cuatro veces hasta que llego a un sitio
estable. Meto un micro friend con un alargue para que Luispas pueda pasar sin
problemas y más tarde me enfrento a la travesía… Al menos esta tenía un par de
spits en total, sustituyendo posibles viejos buriles que habrían saltado con el
paso de los escaladores. Haciendo movimientos suaves y con mucha delicadeza
progreso por la travesía mientras se abre el vacío bajo mis pies. Llego a la
reunión, -Ufff… ya está. Luispas me sigue y así nos damos paso a la cara norte.
(el punto de no retorno), ya no hay media vuelta, a partir de aquí es un todo o
nada.
Luispas
vuelve a ser primero de cordada. El croquis marca una ruta con muchos clavos y
fácil, por la que aparentemente vamos a correr… pero de eso nada. Los terceros
resultaron ser V grado. La ruta era fácil de perder, el croquis no reseñaba muy
allá los detalles característicos de los largos. Muchas veces nos tocó tirar de
fe hasta que de repente veíamos un clavo y nos daba por pensar que seguirlo nos
llevaría bien a la cima. –venga, que ya solo quedan 8 largos. -7…6…5… se hacía
eterno. Solo queríamos terminar…encima lo que faltaba…se metían nieblas y lo
complicaban todo un poco más. Íbamos mal de horario y eso me agobiaba… notaba
el estomago vacío, con ligeras ganas de vomitar a ratos. Ingeríamos una barrita
energética cada 3 horas.
Para
rematarlo todo, hubo un par de largos en los que no había nada sólido a lo que
agarrarse, parecía que la montaña se nos iba a desmontar con cualquier cosa de
la que tirásemos, no podíamos proteger con friends por que todo se movía… se
mascaba la tragedia. En uno de los largos que me tocó salir de segundo, me
agarré al empezar a un bloque del tamaño de un microondas y casi me lo tiro
encima. El susto me sobrecogió el corazón, y para colmo, la incertidumbre de si
estaríamos escalando por la vía correcta.
A las 4
de la tarde, muy tocados psicológicamente llegamos a la cumbre
–¡¡¡Ciiimaaaa!!!, grité.
Nos
juntamos y nos dimos un abrazo a sabiendas de que solo llevábamos la mitad. Era
muy tarde y las nieblas no nos dejaron orientarnos. El Drú es famoso en parte
por su complicada bajada y proceder a ella ahora mismo era impracticable. Ni
nos podíamos orientar, ni tendríamos luz suficiente para hacer a penas la mitad
de la bajada. Tomamos la decisión de palmar un segundo vivak en cumbre.
Encontramos un hilillo de agua que bajaba por unos bloques de hielo con el que
pudimos rellenar las botellas, echar unas sales que habíamos traído y así no
deshidratarnos.
Precioso cuarzo que ayuda a construir el muro de vivak |
Nos
preparábamos para una noche dura. Estábamos a más de 3700 metros, la isoterma
bajaba y nosotros no nos habíamos quitado el plumas en toda la ascensión por lo
que ahora nos tocaba estar parados con la misma ropa. Preparamos las camas
colocando las cuerdas en zigzag de una forma muy artesana para aislarnos del
suelo, bebimos mucha agua fría, y con unas vistas increíbles vimos como el día
se apagaba…
Nos
sentíamos muy felices, simplemente estábamos pagando el precio por cumplir un
sueño, y no era tan alto para todo el valor que tiene haber llegado hasta aquí.
Este vivak
era más cómodo. Pero mucho más frío. Una gotera que había en el techo a media
noche dejo de sonar, se había congelado.
Un tremendo
dolor de pies no nos permitió dormir en toda la noche. Cada quince minutos nos
levantábamos a frotarnos y mover todo el cuerpo. Me quedaba hecho una bola
abrazándome las piernas, me aliviada, pero de pleno agotamiento me desplomaba
de lado y forzosamente me veía obligado a tumbarme. Diez minutos a lo sumo,
después el insoportable dolor de pies me tenía esclavo de nuevo…
A las tres
de la mañana se apreciaba una ristra de frontales subiendo el Mont Blanc. Me
quedaba observándolos hasta que se me apagaba la mirada. Esta noche tuve mucho
tiempo para reflexionar…
A las
5:00 comenzamos con el movimiento vital. Calentamos la sangre a base de recoger
las cuerdas. El menú para desayuno era de medio higo cada uno, un orejón y
media barrita energética de almendras.
Increible el mazizo del Mont Blanc |
Buscamos los
rápeles y lejos de poder sentir el sol comenzamos con la laboriosa bajada.
Luispas se coló en una travesía que venía señalizada en los croquis, era muy
difícil y tiré yo. Hice el paso duro y apartado del último seguro no había más
tramo por el que seguir. Tuve que retroceder sobre mis pasos pasando por uno de
los peores momentos de la aventura de tres días.
La bajada
era caótica: dos rápeles, escalada, travesía, rápel, travesía, por aquí no es,
vuelve, rápel, ¿Será por aquí?, probemos…, por si fuera poco, yo sufría de
principio de congelación en los pies.
Cae una
piedra, la canto y Luispas se aparta, uff…
Llega un
momento en el que todo se centra simple y llanamente en salir con vida de este infierno.
Llevábamos
diez horas bajando y estamos a un rapel de llegar al terrorífico glaciar de la
vertiente Sur. Estamos poniéndonos los crampones antes de bajar cuando de
repente estalla una roca en el mosquetón de mi cavo de anclaje. Nuestros
ángeles de la guarda están trabajando a tope.
una de las penosas instalaciones por las que nos vimos obligados a rapelar |
Bajo
nuestros pies vemos seracs como neveras rompiéndose y precipitándose con fuerza
justo hacia el lugar que nos deja el rapel. -Luispas, no tardes nada por favor,
en cuanto diga libre bajas y nos vamos de aquí a toda hostia-.
Bajo yo,
baja Luispas, comenzamos a recoger las cuerdas y en un momento se escucha un
derrumbamiento sobre nuestras cabezas. Miro a Luispas con cara de terror y le
grito –¡¡¡Dentro, dentro, dentro!!!, pegando un salto me cuelo por una grieta
que tenía justo delante de mí, a Luispas
más lento le escucho decir –¡¡hostias!!, se cuela como puede en la grieta sin
darle margen a entrar del todo y dejándole sobresalir la mochila por fuera.
Aquí dentro todo retumba, se me pasa por la cabeza la idea de que si no se nos
cae la cueva de hielo encima tal vez se colapse la entrada y nos quedemos
atrapados. Después de un momento de pequeño estruendo todo se queda en calma.
-¿Estás bien Luispas?, -Si, vas a flipar con el bloque que me ha dado en la
mochila. Ver aquel bloque no me produjo ninguna tranquilidad…
-¡Hay que
salir de aquí ya!-
Encordados
nos pusimos a correr por el glaciar, saltando grietas, destrepando seracs,
volviendo a trepar. Tratábamos de huir a toda leche de la zona expuesta a los
desprendimientos… por encima nuestra estaba la peor parte del glaciar, era una
zona vertical incluso extraplomada de decenas de metros, con inmensos bloques como
autobuses echándonos de allí.
Por las
prisas, al destrepar una placa malamente se me deshizo el hielo bajo los
crampones y me precipite por una grieta 4 metros haciendo fuerza con los codos
a los lados de esta al más puro estilo cruasán. Un saliente de hielo fue a
parar a mi culo, dejándome levemente aturdido y con un dolor que me llegó en
forma de pitido a los oídos. Al otro lado de la cuerda Luispas me preguntaba si
me había clavado los crampones, (que hubiese sido lo más normal), pero tuve
mucha suerte. Salí de allí con cuidado y continuamos con el caos de bloques.
Llegamos a
tener que dar saltos de dos metros sobre grietas que a plena luz del día ni se
las veía el final. Llegó un momento que deje de mirar la profundidad
simplemente las sorteábamos como mejor podíamos.
No me estaba
divirtiendo nada, este lugar me parecía un horror, sentíamos crujidos bajo el
hielo, cada tres minutos escuchábamos un desprendimiento y para rematar me daba
por calcular el precio que nos podía costar un paso en falso.
Llevábamos
57 horas de actividad sin dormir, y mantener una concentración tan intensa y
con tantos peligros objetivos alrededor, era extremadamente agotador y
desesperante.
Por fin
vemos donde termina el glaciar. En apenas una hora y pico lo habíamos cruzado,
fuimos muy rápido. Divisamos el camino y nos pusimos a correr montaña abajo
porque solo nos quedaba una hora y media para coger el tren. Recordamos que la
ferrata no tenía peldaños. Llamamos a los servicios de emergencia y nos dijeron
que tenían instalados unos rápeles, de modo que así bajamos.
Corrimos por
el glaciar, tratamos de alcanzar el teleférico que sube a la estación, por tres
minutos no llegamos. Nos tocó subir a pata por las escaleras. Ya eran las 18:10
y el último salía a las 18:00 pero aún así seguimos apretando y con nuestro
último aliento llegamos a las estación a las 18:30… nos habíamos equivocado.
Todavía quedaba un último tren a punto de salir y fue al que nos subimos. ¡Ahora
sí! Nos dimos un abrazo. Menos mal… nos ahorramos un par de horas más de pateo
al conseguir pillar este tren.
Coincidimos
con los Checos. Nos contaron que después de dos días y muchas indecisiones
decidieron bajarse de la cara oeste. Escucharon nuestra historia impresionados.
Durante nuestras dos tentativas a esta montaña vimos como 4 cordadas distintas
intentaron el Petit Dru sin éxito.
Nosotros
pagamos el precio del frío y el hambre por habernos decantado por un estilo tan
ligero pero mucho más rápido. En tres días habíamos perdido un par de kilos de
masa corporal. Al final la logística que aprendimos de Nacho Burgués fue la
mitad de la escalada y lo que nos abrió las puertas a la cumbre.
Vimos como
el cielo a su vez podía ser un infierno. Cuando llegamos a Chamonix todo tenía
para nosotros 5 veces más valor que antes de subir esta montaña que tanto nos
había enseñado. Disfrutamos una ducha de agua caliente, un plato, dos y tres de
buena comida, la compañía de nuestro gran amigo Rober. En fin… te das cuenta de
lo que significa estar vivo.
Toda una aventura... increíble de leer y mucho más increíble de vivir supongo... Disfruta... Un beso y un abrazo fuerte ¡¡¡Grande!!!
ResponderEliminartodo un placer leer este apasionante reportaje, alpinismo puro y duro
ResponderEliminarme alegro que saldríais sanos y salvos,yo soy Mikel un montañero de pamplona que coincidimos en el refugio de Baysellance en el Vignemale,desde entonces sigo tus reportajes,un saludo!!
Claro que si Mikel, se me queda lejano pero me acuerdo de ti. Muchas gracias por seguirme y comentar. Un abrazo grande. Nos vemos en la montaña!!
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