*Día 16 de
junio del 2017:
Parece que
me estoy acostumbrando a volar… esta vez tan solo me he puesto algo
taquicárdico en el aterrizaje, (algo más brusco que de normal).
Aunque
también es posible que la alteración en mi pulso se deba al pasaje que
justamente estaba leyendo del libro “Solo en Pared” de Alex Honnold. Un libro
que había traído para volar más tranquilo con la distracción de la lectura,
pero creo que casi ha podido ser peor el remedio que la enfermedad.
Aterrizo en
Ginebra, cojo una furgoneta a Chamonix. Rober me dijo que estaría escalando
pero que para las 16:00 ya estaría de vuelta. Yo, inocente pero con mi punto de
prudencia, soy consciente de que ya le conozco demasiado y no me creo nada.
Llego a
Chamonix y su móvil no da señal. Muerto de hambre voy al “Poco Loco” a comer
una hamburguesa en la terraza mientras observo el colorido, multicultural y
ajetreado ambiente de Chamonix. Termino mi hamburguesa y me acerco a su portal,
donde sentado encima de mi equipaje disfruto un rato más de mi tenebroso libro
hasta que Rober aparece con los brazos abiertos y esa sonrisa que siempre lleva
puesta.
Nos
abrazamos. Le siento tan cerca que parece que fue ayer mismo cuando le vi por
última vez.
Hablamos de
cómo alcanzar nuestro objetivo “El espolón Walquer a las grandes Jorasses”
*Día 17 de
Junio del 2017:
Rober tiene
algo de cansancio de la escalada que se pegó en día anterior. Y yo no iba a ser
el que tirase del carro para madrugar. Llevaba mucha paliza encima de no parar
de currar. Pero…¡Esto es Chamonix!, Aquí el teleférico te deja casi a 4.000m si
así lo deseas y la economía te lo permite. De modo que con nuestro horario
Español cogimos el teleférico que nos dejaría sobre “El Brebent”.
La
aproximación resultó ser 20 minutos de bajada, -Así se aclimata bien. Me hacía
gracia.
Nos metimos
en la vía “Premier de Corvee, 7a”. El primer largo pareció muy forzado por una
placa con paraboles alejados. Yo calzaba unos gatos nuevos y demasiado cómodos,
lo que hacía encontrarme inseguro sobre apoyos exigentes para los pies. Me
escaqueé por el espolón de la derecha y en el siguiente largo retomamos la vía.
Esta consistía en un enorme diedro de dos largos y una última fisura.
Donde no
había opción a proteger encontrábamos un parabolt. El primer largo de diedro
era muy técnico, el segundo mucho más físico, y la última fisura de auto
protección en casi su totalidad era técnica, física y con un ambiente aéreo que
no dejaba nada que desear. Nos lo pasamos genial. Todos los largos salían
apretados para la graduación que les daban. El primer día de pared la roca nos
pone en nuestro sitio.
*Día 18 de
junio del 2017:
Me parece
una locura Los oídos se me entaponan y a continuación se me reajustan. Hace
unos minutos que estábamos a 1.000m en Chamonix y ahora nos encontramos
subiendo a una velocidad de 10m/s a punto de llegar a la Aiguille midi (3.800m)
en un momento.
Solo espero
no acostumbrarme demasiado a este tipo de Alpinismo acomodado.
Se abren las
puertas y allí nos encontramos, en esta pequeña violación a la naturaleza.
Los
turistas nos miran como a extraterrestres cuando ven como nos salimos de las
seguras plataformas valladas y nos ponemos a trepar por la pared hasta las
líneas de rapel.
De nuevo, la
aproximación de hoy es hacia abajo. Después de 5 o 6 rápeles llegamos al
glaciar, y nos metemos en la vía “contamine 7a”.
El primer
largo es un V+ bastante duro, el segundo largo es un 6a+ de placa muy técnico y
con su puntito de exposición. Doy gracias por venir bien curtido de La Padriza.
Noto que en
cuanto escalo más rápido un tramo fácil, enseguida los pulmones se me quedan
pequeños. Intento fijar un ritmo crucero.
Rober se
escala muy bien de primero un 6b+. En este largo la vía ya nos muestra su
carácter. El siguiente 6b+ me tocó a mí y podría haber sido como mucho un 6a+
perfectamente. Lo empalmé con un quinto y Rober se dio el 7a que tanto deseaba.
Comenzaba por una fisura de palma fina, con unos pasitos técnicos para montarse
a una placa técnica y fisurada. Se convirtió en una fisura vertical de dedos y
luego en un muro con un paso a bloque infernal. Rober gritó: -Al loro!. Chapó
el único parabolt de toda la vía y en su intento por encadenar voló unos
cuantos metros como el gran luchador que es. Al segundo intento sacó aquel paso
obligado.
Hicimos mi
primera cumbre en la Aiguille midi. Y desde aquí, en apenas unos minutos
habíamos bajado casi 3000 metros.
*Día 19 de
junio del 2017:
Primer dia
que madrugamos… hoy no es un día cualquiera. Hoy es un dia de esos en los que
sabes que podrías cumplir un sueño. En mi caso uno que ronda por mi cabeza
desde los 16 años, (escalar el Grand Capucín).
Cogemos en
tercer teleférico. De nuevo llegamos a la Aiguille midi. Escondemos esterillas,
sacos de dormir y comida. Salimos andando por la sólida y afilada arista con
los crampones puestos. Vemos como los guías llevan a sus clientes de aventuras.
En cuanto terminamos la parte más técnica, sacamos los esquís de la mochila y
nuestro ritmo cambia de forma radical. Nos convertimos en las únicas personas
de valle que van sobre esquís. La nieve es casi hielo y cuesta manejarse, pero
enseguida la gente que nos acompañaba en la arista queda reducida al tamaño de
un granito de arena. Comienza la cuesta arriba, nos ponemos las pieles, nos
encordamos, y comenzamos con cautela la aproximación.
La enorme
aguja destapa todo su esplendor. Veo un sueño en forma de granito rojizo
vertical cómo se acerca a mí.
Estamos a
pié de vía y solo vemos a dos cordadas metidas en la pared. Unos parecen que
van hacia nuestra vía (Bonatti), y a mí me entran las prisas.
Superamos la
rimaya sin dificultades. Cambiamos botas por gatos y tirando de visión e
intuición comienzo a escalar de primero. A los 20 metros Rober sale en ensamble
y escalamos así unos 50m hasta alcanzar a la cordada que quería adelantar.
Resultaron ser unos Mexicanos muy majos que andaban algo perdidos además de
lentos y que querían hacer el viaje de Guliber. Nosotros continuamos y tras un
descuelgue pendular llegamos al comienzo de la Bonatti Chigo.
El primer
largo era un 6a+ de fisura cóncava súper dura. Lo luché casi como ningún largo.
Después empalmé un 6a+ con un 6b+ de paso a bloque en diedro técnico con pies
en adherencia.
Habíamos
comenzado la escalada a las 11:00, y ambos sabíamos que era tarde para entrar.
También sabíamos que era posible que no lo consiguiésemos, pero no salió
comentario alguno sobre el tema. Después Rober hizo un 6b+, un 6b y otro 6b+.
Los largos eran bastante duros en libre y el Capucín iba ganando más ambiente
por momentos.
La roca era
sólida, las vistas impresionantes, la temperatura óptima, la sensación
escalofriante. A ratos sentía la agradable sensación de estar viviendo mi
sueño. Ya llevábamos 10 largos y en ese momento no me podía apetecer más estar
donde estaba y con la persona que estaba.
Rober
escalaba sorprendentemente fino. La escalada de esta aguja se convertía en algo
más que personal, era como un acto romántico. No se escuchaba más que el
tintineo del material en el arnés y nuestros gritos de ánimo en los pasos
duros.
Largo tras
largo completamos los 15 en sus 400m. Llegamos a cumbre. Esta es la cima más
bonita, a la par que disfrutona, que hasta el momento haya tenido el privilegio
de poder escalar.
Llevaremos
casi 9 horas escalando. Comenzamos con los rápeles. (La parte que siempre más
temo). Uno detrás de otro llegamos a la última instalación. A un rapel del
suelo escuchamos un crujido, ambos observamos, y vemos como un bloque de roca del
tamaño de un piano se desprende de la pared a nuestra derecha y se precipita
deslizando hacia nuestros esquís. Este supera la rimaya saltándola por encima y
Rober se exalta: -¡Nuestros esquís! Cuando se detiene el pedrusco se queda a
tan solo un metro de nuestro billete de vuelta. Por los pelos. 10 minutos más
tarde nos podría haber golpeado.
Rapelamos,
recogemos rápido y nos vamos de ahí tal y como nos pide la montaña. Bordeamos
el glaciar para evitar grietas en la tenue escasa luz del atardecer, lo que a
su vez nos hace perder más desnivel.
Ahora, lo
que por la mañana había sido moco de pavo, se había convertido en una
insufrible cuesta arriba. Fijamos un ritmo y no paramos durante dos horas y
media. Con el estómago vacío, no paraba de pensar en platos de comida y en la
cena que nos esperaba al final de la tortura.
Las
estrellas se encendieron para iluminar la noche y hacer un inútil intento por
amenizarnos el camino. Supongo que a causa de la deshidratación, el estómago
vacío y la altitud, comencé a ver espejismos en la oscuridad. Veía un árbol de
navidad en el horizonte. Encendimos las frontales y recuperé algo de cordura.
Ya casi habíamos pasado los tramos peligrosos, por lo que no me preocupaba
demasiado ir delirando. No recuerdo la última vez que mantuve tanto un esfuerzo en un estado físicamente
tan lamentable.
Echando
cuentas llevábamos 15 horas de intensa actividad en altura. Llegamos a la
arista, cambiamos los esquís por crampones. En los últimos metros iba a tramos
gateando, echando el hígado por la boca. Y por fin llegamos a la Aiguille midí
casi a las 00:30. Tenía ganas de potar, pero el estómago estaba vacío.
Rober
calentó unas lentejas y llegué a preocuparme cuando solo pude comer dos
cucharadas. Me tumbé inmóvil tal y como me pedía el cuerpo. 5 horas más tarde
nos levantamos y cogimos el segundo teleférico a Chamonix, donde desayunamos
como dios manda y nos aguardaron tres días de reposo y mentalización.
Tras estos
tres días ya estábamos fuertes y descansados, pero el tiempo se encontraba inestable
y los guías decían que era un año muy malo para el espolón walquer, de modo que
no nos quedó más remedio que asegurarnos la supervivencia conformándonos con
una escalada mucho más humilde y pequeña en aquel día que nos quedaba.
Es el tercer viaje que hago a este mágico lugar en lo que va de año. Me tiene enamorado y no tardaré en volver. Teniendo aquí amigos como Rober se hace muy fácil el regresar...
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