*Agosto del 2017:
Hice un
intento de viajar al continente Americano con 18 años. Iba a ser con mi amigo
Luispa, y ya teníamos los billetes comprados (700€), lo que para aquel momento
supuso un esfuerzo tremendo juntar aquel dineral.
Pero me
llegó una llamada de unos compañeros de la formación del TD1. Habían montado
una empresa en pirineos, querían que me encargase de la sección de escalada.
Una oportunidad única que coincidía en fechas. De modo que renuncié a un viaje
a cambio de poder costearme 10 como ese tras el verano.
La empresa
resultó ser una ruina. Pero aprendí mucho aquel verano. No me arrepentí de mi
decisión, pues con la experiencia que obtuve me hice guía de barrancos con gran
facilidad y soltura (incluso me dieron la mención a mejor alumno de la Escuela
Madrileña de Alta Montaña 2016) tras la formación. Además, en el vuelo que
cogí, hubo overbooking y pude jugar con ello para que a los 4 meses me
devolvieran todo el dinero.
3 años más
tarde se me presenta de nuevo una oportunidad casi única. El equipo Nacional de
Alpinismo Femenino, del que forma parte Vicky Vega (mi chica), viaja a Perú de
expedición como despedida por su tercer año de equipo. Me comenta que vaya con
ellos. Al principio lo veo inviable, pero Vicky me dice que me puede esperar si
en Julio no me cuadra ir…
Tengo que
juntar pasta, por lo que aprovecho Julio para trabajar casi sin descanso con
las semanas multiaventura que organizo, y luego guiando a un puñado de clientes
por las distintas paredes del Naranjo.
Junto el
dinero, me saco el pasaporte, y a pesar de mi miedo a los aviones me dispongo a
meterme 12 horas en una de esas cajas del terror.
Mi vecino
César me acerca al aeropuerto. Vicky allí, al otro lado del mundo, pasa la
mayor parte de tiempo incomunicada. Todo lo que tengo de ella para guiarme
hasta su encuentro es un whatsApp con unas instrucciones bien claras.
Mi avión
aterriza en Lima una hora antes. No se me ha hecho tan largo el vuelo como
pensaba. Tras las puestas de desembarque me encuentro con un hombre muy bajito,
con el pelo tazón y oscuro, una chupa negra de cuero y unas grandes gafas
cuadradas de ver. Sujetaba un cartel en el que ponía (mal escrito) “Javi
guazman, Casa Zarela”. Como mi vuelo llegó pronto, me entretiene casi una hora
hablándome del porqué del clima de Lima. Cambio 50€ por soles y su hermano
Eduardo por fin llega a recogernos. Salgo del aeropuerto, y veo un cielo gris
cargado pero que nunca llega a descargar. Me subo al taxi y me doy cuenta de
las escasas señales de tráfico que hay. –Pero… ¿Por qué pitan tanto todos los
coches? Es como su medio de comunicación para avisar de su presencia y evitar
colisiones entre ellos.
Conducen
como locos. Hacen conducción de supervivencia. Más del 90% de los coches son
antiguos, con la chapa llena de abolladuras sin importarles. En los pocos
tramos que se encuentran asfaltados, la carretera sigue dejando mucho que
desear. Casi todas las casas están a medio construir, (más tarde Vicky me
explicaría que esto se debe a que el estado otorga una subvención a aquellas
casas que se encuentren en obras).
Me llevan a
la estación de Cruz del Sur, y el hermano de Eduardo (cuyo nombre jamás me
mencionó), como me nota mal de la garganta y el taxi se había hecho esperar, me
saca de la estación casi cogido de la mano, nos jugamos la vida cruzando
aquella carretera de inexistentes pasos para peatones, y nos acercamos a un
puestecito. –Ponle un Emoliente. (Es una combinación de hierbas a modo de té
caliente que se suponía que me iba a curar todos mis males). Me lo tomo
ardiendo.
Eduardo me
pide 60 soles. Se los pago y su hermano me despide con un abrazo, -adiós amigo
Javier.
Cuando el
bus aparece tras llegar con una hora de retraso me sorprende la exagerada
comodidad de los asientos, (que eran verdaderas butacas). –Bueno… es posible
que aquí sí que pueda viajar 8 horas sin paradas.
Casi todo el
trayecto se desarrolló por desierto. Llegando se podían divisar las primeras
cumbres congeladas en el lejano horizonte.
El autobús
aparca en Huaraz. Un taxista me acosa al salir de la estación: -¿Taxi señor?,
¿taxi?, -Sí. Me quita de las manos una de mis maletas y la mete en el maletero.
–Voy a Casa Zarela, iglesia de la Soledad. -¿Me puede indicar? (responde el
taxista). –Es usted el que vive aquí, no yo.
Me da la
sensación de que se empieza a inventar el camino, y le digo alto y serio: -¡Si
no sabes ir pregúntaselo a alguien o déjame aquí y me cojo otro taxi! Pero me
llevó bien y sin demorarse mucho. Me pide 10 soles. -¡5 como mucho!
-nueve…-¡cinco! -ocho…ocho… -¡Nó!, ocho es robarme. Me pide después 6 y se los
doy. A partir de ese momento me di cuenta de que debía cerrar el precio antes
de usar un servicio.
Por fin en
el hotel. Aquí amanece a las 6:00. Debo comenzar con mi alcimatación. Zarela me
informa bien y unas horas después me subo a una combi (furgoneta compartida), y
me lleva hasta el comienzo del trekking de la laguna Churup (4.450m).
En apenas 1h
30´ y tras haber hecho casi 500m de desnivel llego a la Laguna. Tengo la
garganta fastidiada y salvo por el aire frío que respiro me encuentro muy bien.
De vuelta en
Huaraz como un menú por el equivalente a un euro.
Ya de noche
en el hotel, me quedo en la cama leyendo un libro hasta que me quedo frito.
Hasta dos
veces sueño que Vicky entra por la puerta. Sé que le quedan unas horas para
llegar y no paro de despertarme y mirar el reloj. Ya son casi 2 meses sin
verla…
Por fin
llega, a la vez que el sol, pero más bonita que el amanecer. Dormimos algunas
horas más con la cortina corrida.
Aquél día
descansamos, hablamos de todo y de nuestros posibles proyectos de escalada en
roca, (el Alpamayo tenía que ser sí o sí).
Queríamos
salir al Alpamayo lo antes posible, pero con la garganta tal y como la tenía
además de mi pequeña infección pulmonar podía resultar fatal hacer actividad en
tanta altitud.
Aclimatamos
un poco más haciendo en nevado Mateo 5.150 (un pico muy sencillo que se podía
hacer en apenas un par de horas)
Vicky Vega y Javi Guzmán en el Nevado Mateo 5.150m |
Reposamos otro par de días comiendo y esperando a que se me quitase ese extraño sonido que poseía a mi esternón cada vez que tosía. Puesto que nos encontrábamos residiendo a 3.100 metros, estaba tardando una eternidad en recuperarme.
No
aguantamos más el sedentarismo y nos decidimos por una vía de roca en uno de
los valles cercanos a Huaraz, “El Karma de los cóndores/7B/300m/4.400m”.
De camino al
inicio de la marcha, yo alucinaba por donde los taxistas eran capaces de meter
sus coches sin sentir la más mínima pena por los amortiguadores. Después de más
de media hora habíamos avanzado los máximo posible. Y no encontramos a ningún
arriero de modo que nos tocó cargar los macutos 3 horitas por un camino que
podríamos considerar como razonablemente cómodo hasta lo que llaman “el
control”.
Huascarán 6.768 Segunda montaña más alta de Sudamérica |
Plantamos la
tienta, cargamos el todo el material de escalada, e hicimos otra horita más de
porteo por el frondoso bosque tras el casi invisible rastro de un empinado
caminito en el bosque. Identificamos el comienzo de la vía y volvimos a la
tienta siguiendo la luz del frontal.
A las 6:00
de la mañana siguiente ya estamos andando. Parece que vamos un poco tarde, pero
cuando tocamos la roca, está tan fría que damos gracias de no haber salido
antes de la tienda.
Al primer
largo le gradúan en la guía de V, lo escalamos. Y después de esta primera
impresión, nos hacemos una idea del carácter de la vía. Esta transcurría por el
punto más débil y lógico de la pared, siendo así un sinfín de fisuras, diedros,
placas y chimeneas. La pared se encontraba completamente limpia de seguros
salvo por las reuniones, y en cuanto al grado, era más duro de lo que ponía en
el croquis, como casi siempre...
Javi guzmán en el segundo largo del Karma de los Cóndores. Perú |
Vicky se dio
en tercer largo (una chimenea sucia), el resto me lo dejó a mí.
Nos
encontrábamos sobre los 4.000m, y se suponía que a la pared le proyectaba el
sol de) 9:00 am a 14:00 am, pero pese a que el cielo se encontraba despejado no
lo vimos en todo el día, (otra errata más de la guía).
Los largos
por lo general eran mantenidos. Luchaba una secuencia dura, los brazos se me
petaban el doble de rápido de lo normal, me invadía la sensación de asfixia,
necesitaba reposar cada 3 movimientos. Encima se me adormecían por completo los
dedos de las manos debido al frío, y en los reposos aprovechaba para soplarme
aire caliente en cada mano. Cuando necesitaba tacto para agarrar alguna
regleta, el tiempo que me detenía y agitaba fuertemente las manos era exagerado.
Vicky, por
debajo, tras haberse quedado congelada, se peleaba el largo como mejor podía.
Con mucho
esfuerzo conseguía encadenarme toda la vía, con largos de hasta 7a+. Y llegamos
bajo el gran techo, el largo más duro de la vía (7b), una vez echo este largo,
nos encontraríamos con un punto de no retorno. Íbamos tardando una media de 1h
15´ por largo. Habíamos escalado 5 largos y seguir a este ritmo nos supondría
la llegada de la noche y su correspondiente frío en la pared. Me encontraba
agotado y sufría continuos calambres en los brazos cuando escalaba. Valorando
la situación veía difícil encadenar a vista aquel techo.
Vicky me
propone descansar, darle un pegue y descolgarme hasta la “R” para bajar. Si hago
esto y paso las mayores dificultades de la vía, no sería capaz de bajar sin
completarla. Tendría que subir hasta arriba, pero seguro que con la necesidad
de acerar los pasos duros, y escalando de esa forma no encuentro la motivación
suficiente para subir.
Estamos
congelados. Intento no ser demasiado duro conmigo mismo diciéndome
interiormente que es una escalada exigente y a una altitud a la que nunca he
escalado.
Rapelamos,
recogemos la tienda y nos volvemos a Huaraz al límite del día.
…….
Se van consumiendo
los días, aprovechamos el día siguiente de descanso para hacer compras en el
mercado y preparar la logística y los petates para la montaña que Vicky ha
conseguido meterme en la cabeza como un nuevo sueño, como una necesidad.
Llegó en
día. Compartimos furgoneta con nueve vascos hasta Caxa pampa. Contratamos a
Aquiles como arriero para llevar nuestros macutos junto a los de dos de los
vascos.
Comenzamos a
caminar algo más tarde de las 11:00, pretendiendo hacer dos etapas en un solo
día (24 km cuesta arriba), pero muy suaves para lo que puede llegar a ser andar
por aquí.
Caminamos
dentro de un valle profundo y extenso, dirigiéndonos hacia montañas que nunca
llegan. El camino varía. En algunos tramos arenosos, los burros que suben y
bajan, tanto los de nuestra expedición como los de las demás, levantan un polvo
infame. A tramos encuentras pradera, a tramos barro, pradera otra vez…
Después de
cerca de 6 horas a buen ritmo, en un último giro se deja aparecer la cara
sureste del Alpamayo. Nos instalamos en el campo base mientras visualizamos el
recorrido del día siguiente.
Amanece. No
salimos de la tienda hasta que los rayos de luz calientan la tienda.
Desayunamos viendo a nuestros compañeros los vascos comenzar la subida,
pretendiendo llegar al campo 1 del tirón.
Hay quienes
dicen que la primera parte (desde los 4.000 hasta los 4.700) puede llevar una
horita, por lo que también estoy dispuesto a empalmar los dos tramos. Me daría
mucha pereza dedicarle un día entero a una sola hora de actividad.
Recogemos todo y preparamos los macutos. Tienen una
pinta horrible, pesarán de 25 kilos para arriba. No lo pensamos más y a ritmo
de astronauta subimos los 700m de desnivel…
Finalmente
paramos en cronómetro en 3 horas, y calculamos que sin peso, a 3.000 metros
menos, y corriendo, sí que se podría llegar a tardar una hora.
Nos da que
los 300 metros de desnivel que quedan (pero ahora de glaciar) los va a hacer
Peter…
Montamos
nuestra casita de tela y disfrutamos de las vistas el resto de la tarde.
Desde aquí
observamos en la lejanía cómo los vascos superan escalando el último obstáculo
antes de llegar al campo 1. Al final les ha salido una jornada durísima, tan
solo 2 de los 7 tuvieron fuerzas para escalar al día siguiente…
Unos
franceses que conocimos en el campo base plantan la tienda al lado de la
nuestra. Son Jaco y Julie. Hicimos amistad con ellos y nos pasamos los
contactos.
Amanece, y por lo general estábamos durmiendo bastante
bien. Calculamos las provisiones que necesitaremos y dejamos el máximo peso
posible entre unas rocas: 1 bastón cada uno, ropa, las gafas de sol de
repuesto, comida, las zapatillas de trekking… nos ponemos el disfraz de
alpinista y entramos al glaciar al mismo tiempo que Jaco y Julie.
Damos con un
ritmo suave y continuo bastante bueno. Ascendemos por el laberinto de grietas y
aristas que supone el glaciar, pero con unas marcadas huellas que delataban la
solución. A penas saltamos un par de estrechas grietas hasta llegar al último
tramo. Esta consistía en una escalada en nieve mucho más fácil de lo que nos la
hubiéramos podido encontrar en otro momento, por lo que continuamos en
ensamble.
En apenas
tres horas, asfixiados y respirando 3 veces en cada paso, alcanzamos la loma
cimera, sobrepasando así la barrera de los 5.000m. Sonreímos de felicidad y
motivación cuando vemos el Alpamayo en su pleno esplendor.
Visualizamos
a los dos vascos haciendo cumbre, y en el eco del valle escuchamos sus gritos
de euforia junto a los de sus amigos en celebración de estos desde el campo 1.
Dos alpinistas vascos en los últimos largos del Alpamayo |
Primera
noche que dormimos sobre el hielo. Nos acostamos a las 17:00 de la tarde.
Pasadas unas horas, escuchamos unos jadeos agonizantes perturbando la
tranquilidad de la noche. Vicky oye como un guía busca edemox entre las
personas que se encuentran en las tientas, nadie tiene. Nos damos cuenta de que
su cliente alemán y mayor de 50 años, padece un gravísimo edema pulmonar. Se
encuentra luchando por respirar con los pulmones encharcados, no hay ningún
médico y nadie puede hacer por él más que esperar hasta el amanecer y bajarle
lo más rápido posible si siguiera vivo.
Con una
sensación muy desagradable volvemos a conciliar el sueño.
A las 00:30
suena el despertador. Dentro de la tienda hacen -12ºC. Abro suavemente la
cremallera de mi puerta y visualizo varias luces en lo que parecía ser la mitad
de la pared. Nos desmotiva ver que nuestros esfuerzos por entrar a la pared los
primeros han sido en vano. Desayunamos una tacita de té caliente y cuatro
galletitas cada uno y salimos escopetados.
Durante
nuestra travesía de media hora sobre el glaciar me encuentro con el paisaje más
bello de todo el viaje a Perú. Sobre un escenario de grietas, seracs y rastros
de desprendimientos, destacaba el cielo más estrellado que jamás haya visto. La
vía láctea nace en el oscuro horizonte, y terminaba recortada tras la enorme
silueta del Alpamayo. No reconozco este extraño cielo, pues nos encontramos en
el hemisferio sur, y estas no son las constelaciones bajo las que vivo.
Estamos
llegando a la vía, subimos por una rampa de nieve hasta que se la ve
suficientemente empinada. Desplegamos una sola cuerda doble para escalar con
ella en simple, la otra la llevo guardada en el macuto para los rápeles.
Comienzo muy
decidido el primer largo. Tras 40 metros de rampa y un pequeño tramo vertical
de 3 metros, llego a la rimaya. Recién protegido con una estaca subo por unos
grandes y aparentemente precarios peldaños de hielo, que a modo de puente uso
para entrar a la pared. Asomo la cabeza por encima del resalte que da comienzo
a la vía. Cuando me dispongo a traccionar del piolet, pasa ante mí una
intimidante ráfaga de trozos de hielo que me obligan a apartar la cara. En un
momento me había invadido el miedo. Alumbré con el frontal hacia abajo con la
idea de bajarme de ahí, pero demasiado tarde, la rimaya se veía muy difícil de
destrepar, además de que Vicky ya había salido en ensamble. –Mierda, esto no
tiene retorno desde aquí. Pensé. –Bueno, voy a llegar a la primera reunión y
luego ya vemos. Me anclé a una estaca fija en la nieve desde la que aseguré a
Vicky. Quería haberme bajado, pero ahora me encontraba más calmado.
Ella llega,
y me quedo callado. Nos intercambiamos poco más de una mirada y continúa con su
largo. Salgo 10 metros en ensamble hasta que llega a su reunión.
A ratos llueven
proyectiles de hielo, suenan como auténticos disparos de revolver, como en las
películas del oeste. Estos trozos son fruto de la escalada de los vascos, que
se hallan unos cientos de metros más arriba. Cuando en este tipo de vías te metes
detrás de otra cordada, estas son las incomodidades que aceptas. Desde luego que
ellos no tenían la culpa nada.
Me urge la
necesidad de reducir la distancia entre nosotros para que el hielo que nos
golpea lo haga con mucha menos fuerza.
Escalo sin
mirar arriba para no quedarme sin nariz. –Lo llego a saber y no me meto… me
aguanto y hago un esfuerzo por este sueño compartido con Vicky. Ella no se
queja lo más mínimo. Llego a su altura y la adelanto, el tercer largo me toca.
Escalo sin mirar hacia arriba lo más mínimo. Me impresiona bastante cuando me
impactan los trozos en el casco y hombros. Uso dos estacas para proteger los
primeros 30 metros y dos tornillos para los siguientes 30. Increiblemente alcanzo
la reunión de la cordada de vascos, que por encima suya se encuentra otra
cordada más de su misma expedición.
Vicky cuando
llega se cree que ya están rapelando, pero por desgracia no es así. Hemos ido
bastante más rápidos que ellos y ahora toca amoldarnos a su ritmo.
Comenzamos a
atascarnos en las esperas, y a -20ºC colgados del hielo, no se encuentra uno en
las condiciones más cómodas para estar parado.
Debido a mi
costumbre de escalar rápido en pared, esto me produjo una terrible sensación
desmoralizante de lentitud.
Por fin nos
desatascamos. Dándole cuerda a Vicky podía sentir de nuevo los dedos de las
manos, pero a su vez dejaba de sentir los de los pies. Cuando me tocaba escalar
recuperaba los pies y al contacto del guante con el hielo perdía de nuevo los
dedos de las manos.
Llego a la
reunión, es de noche, me encuentro congelado y las frecuentes caídas de hielo
me aterrorizan. Simplemente no estoy acostumbrado, me falta experiencia en este
terreno.
Al mismo
tiempo me sorprende la tranquilidad con la que Vicky se toma la situación. –No
quiero escalar más, esto es una mierda. Le digo. –¿Por qué?, no hay nada fuera
de lo normal, esto es lo que tiene ir tras una cordada en este tipo de vías,
¿Quieres que nos bajemos?
Sé que el
miedo es traicionero, y cuando es irracional (como me hacía entender Vicky) hay
que enfrentarse a él. De modo que Hice un esfuerzo por creerme esto que tanto
predico y le dije a Vicky que mientras tirase ella de primero yo la seguiría.
Después del
nuevo atasco ella continuaba. No hizo la más mínima mueca de duda, más bien se
la veía encantada de tirar ella con el peso de todos los largos. Con su ser natural
conseguía transmitirme casi toda la seguridad que necesitaba.
A ratos
miraba al horizonte con la ilusión de que apareciera el sol y me calentase con
sus rayos mágicos. Sabía que solo era una fantasía, realmente no me parecía
bonita la idea de que el sol calentase el hielo que nos sostiene.
Vuelvo a
subir de segundo, llego a la reunión y me encuentro con otra espera eterna. Me
comienza a doler el pecho, creo que del estrés. Un poco condicionados por la
escena de la que hemos sido testigos esta noche, decidimos que si me va a más
bajamos de inmediato. Un trozo de hielo me impacta en el bíceps y me causa un
dolor intenso y concentrado que me devuelve a la sensación de miedo. –Madre
mía… esto en la cara me puede dejar inconsciente (pienso). A Vicky otro pedazo
le hiere algo la nariz, pero ella sigue demostrando su dureza. En estos
momentos siento que con ella me iría hasta el fin del mundo.
La aseguro,
comienza el amanecer y la claridad del cielo hace que los grandes seracs
colgantes se dejen ver. He escuchado unas cuantas historias de escaladas en los
andes, pero pocas bonitas. Me entra pánico de que se pueda desprender una de
esas moles. Me emparanoio. Oigo crujidos donde no los hay. Cuando a los vascos
se les desprende un trozo considerablemente grande de hielo lo avisan:
¡¡¡ROOCAA!!! Me agarro fuertemente a los piolets y me pego a la pared. -¡Ni una
más! No vuelvo a meterme detrás de una cordada.
Me duele un
poco la cabeza y los pasos cada vez me asfixian más. Nunca he estado a esta
altitud e intento buscarle el sentido a como me estoy encontrando. Llego a la
reunión de Vicky con lágrimas en los ojos. Me dice: -Javi, nos bajamos. –Noo…
queda muy poco. Ella también se encuentra más cansada, se estaba dando la
paliza psicológica que implica darse toda la vía.
Llegamos al
último largo, vertical y más técnico que el resto.
Vicky corona
el hongo cimero, conquistado también por cinco vascos más. Recoge la cuerda
tensándola, me encuentro al límite, clavo el piolet en la cima y por fin recibo
sol en la cara. Al mismo tiempo veo a Vicky sonriéndome y tan agradable de ver
como siempre, sin embargo, a mí no me quedan fuerzas para sonreir. Se me hace
un esfuerzo tremendo y perezoso el de hacerme una foto.
Cima del Alpamayo (5.947m) Vicky Vega y Javi Guzmán |
Soy
perfectamente consciente de que he llegado aquí arriba gracias a ella. Así se
deben sentir mis clientes cuando les subo al Naranjo, pienso. Y me siento
enormemente agradecido. 7 horas hemos estado en la pared habiéndonos podido
ahorrar entre 1,5 a 2 horas de haber sido los primeros… Lección aprendida.
Nos
coordinamos con nuestros amigos los vascos y rapelamos en cadena con tres pares
de cuerdas. Lo hacemos de tal forma que yo pueda bajar primero y más rápido. Me
encuentro al límite. Mi aclimatación definitivamente fue insuficiente.
Tras 11
horas de actividad llegamos al campo1 escuchando los gritos de celebración de
nuestros amigos Jaco y Julie. Nos miran guías y alpinistas, y orgulloso de
Vicky digo en alto: ¡Menos mal que tengo una chica fuerte!
Lo primero
que hicimos fue preguntar por el alemán Milagrosamente había sobrevivido a la
noche y se lo habían bajado de madrugada
Me metí en
la tienda y me quedé tumbado 16 horas. Vicky tuvo que seguir encargándose de
todo. Derritió nieve, hizo la comida, y me obligó a cenar…
Yo no podía
pasar más tiempo en altura, me dolía la cabeza, me mareaba cuando me movía lo
más mínimo además de sentir una sensación de asfixia prolongada, me dolía el
pecho, y lo que a mí más me preocupó: no tenía ni gota de apetito incluso
después de haber quemado tantísimas calorías. En fin… padecía todos los efectos
del mal de altura y me supuso un tremendo esfuerzo beber y comer algo.
Al día
siguiente, ya bajando, nos llevamos una desagradable sorpresa en el campo
morrena. Nos había robado las zapatillas y las gafas de sol. En su lugar
dejaron una moneda de 10 centimos peruanos.
Después de
los primeros 300 metros de glaciar continuamos bajando los 700 metros de
desnivel con la mochila y las botas duras. En el campo base los vascos, que nos
habían adelantado nos dieron de beber agua mineral embotellada, que se agradece
con la vida, además de melocotón en almibar y alguna cosa más. Una gente
estupenda que esperamos ver más veces. ¡Gracias por todo! Os portasteis de
forma impecable con nosotros.
Encontramos
a un arriero y aprovechamos la oportunidad de bajar en el día. Lo que
supusieron unos 24 kilómetros más sin poder cambiar de calzado. A Vicky casi s
ele caen los pies. Yo, a esa altitud y con mis botas cómodas iba decentemente,
pero Vicky llegó al límite y completamente ortopédica a Caxa pampa.
A la 1:30
llegamos a nuestro hotelito en Huaraz tras algo más de 2 horas de taxi y 230
soles gastados. Después de 11 horas andando casi sin descanso caímos muertos en
la cama. Se acabó el alpinismo por esta temporada…
Vicky me
demostró su enorme dureza además de lo tremendamente competente que es como
compañera en la montaña. Por si fuera poco, consigue algo que casi nadie llega
a tener el poder suficiente para hacer. Hace que me sienta seguro, y con una
persona que me sacaría de cualquier lado. Me siento muy orgulloso de ella.
La semana
que vino después se la dedicamos al
turismo y la actividad tranquila, explorando de esas zonas que son obligadas de
ver al menos una vez en la vida…
Esto no ha echo más que empezar...
Sorprendente relato. Me encantó la actitud de Vicky!
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