*Día 26 de
Abril del 2017:
Podría echar
de menos Alpes… sin embargo prefiero no conformarme con ello y volver a menudo.
Esta vez acompañado de una persona muy especial, Vicky Vega.
El objetivo marcado, en apariencia no es demasiado
ambicioso. Queremos subir el Mont Blanc en esquís por la ruta de grands mulets y
luego bajar en este nuevo estilo que tanto me está enganchando, esquiando.
Lo único,
que Vicky tuvo un grave accidente de coche. De milagro y por suerte, las
consecuencias para ella no fueron tan graves, pero lo suficiente como para
dejarla un mes entero obligada al sedentarismo más absoluto, con su posterior
una recuperación lenta y progresiva. De momento, a lo que nos condicionaba esto
era a coger el teleférico y ahorrarnos 1000 metros de desnivel si o sí.
Llegamos a
Chamonix, y Rober nos da una cálida bienvenida acogiéndonos en su casa, como
siempre.
Nos tomamos
un par de días para organizarnos, reservar en el refugio de grands mulets,
preparar la logística y coger fuerzas mientras esperábamos la ventana de buen
tiempo…
*Día 29 de
Abril del 2017:
Nuestra
ventana de buen tiempo, nuestra oportunidad.
No demasiado
pronto cogemos el teleférico. Esta aventura la compartiremos Vicky, Rober,
Atilio (conocido de Rober), y yo.
Nada más
salir te la cabina se presentan las primeras dificultades, (una pendiente de
obstáculos y nieves cambiantes para calentar).
Rober no ha
parado de esquiar en todo el año, pero los demás estamos un poco oxidados, en
España, la temporada de esquí es mucho más breve que aquí. Aunque yo por suerte
hace apenas dos semanas que había hecho carros de foc y me encontraba fuerte.
Rober pasa
primero, y bajo las indicaciones de nuestro amigo nos apañamos decentemente.
Entramos en
una cómoda e impresionante travesía.
Aquí las
distancias son muy largas. No tienen nada que ver con las cordilleras del lugar
en el que vivo. En Alpes, cuando algo parece que está cerca, está lejísimo, y cuando
algo parece que está lejos, está inhumanamente inalcanzable. Eso es algo que
voy aprendiendo aquí.
Durante
nuestro cómodo avance, el paisaje que está por venir se va descubriendo, se
hace temible. Mi instinto se niega a creer que tengamos que pasar por aquel
inestable caos de bloques. Rober marcha delante, y efectivamente hay que
inventarse un camino que los sortee.
Y para allá
que vamos.
Nos
adentramos en otro mundo. Aquí y ahora valemos menos que una miserable hormiga.
No he pasado por demasiados glaciares, y este me impresiona. Rober hace poco
vio su vida pasar ante sus ojos cuando desencordado, se precipitó por una
grieta que se abrió repentinamente bajo sus pies llegando a la cumbre del Mont
Blanc. Lo que le hace progresar con sumo cuidado y cautela.
Yo tengo
plena confianza en él. Ha subido ocho veces a esta cima y parece saber lo que
está haciendo y por donde nos lleva.
El punto más
delicado lo encontramos al tener que pasar a la otra vertiente del valle. Hay
que sortear una enorme rimaya por el punto más débil que encontremos en el
laberinto de caos. Parece haber solo un paso posible y medianamente seguro, por
lo que se empieza a aglomerar aquí la gente. Pasamos sin demasiada confianza en
los seracs, pues la realidad es que son unos traicioneros y nunca sabes cuándo
se van a mover.
Una vez
pasado el punto más problemático del día, lo que nos queda es una pronunciada
cuesta hasta llegar al refugio. El grupo lo general se siente bastante fuerte.
Después de
acomodarnos en el refugio subimos al tejado a fotografiar lo salvaje del lugar.
Sus imponentes grietas y temibles seracs colgantes.
Menudo
espectáculo de la naturaleza más salvaje…
Pasamos el
resto de la tarde muy agradablemente, cenamos a las 18:00 como es costumbre en
Francia, vimos el atardecer y nos fuimos pronto a la cama.
*Día 30 de
Abril de 2017:
Son las 02:00 am. Hora de despertar. Desayunamos
malamente y nos disponemos a calzarnos los esquís. Nadie dijo que esto de
Alpinismo fuese fácil y cómodo.
Rober se
encuerda con Atilio, Yo con Vicky. La gente comienza la marcha. Hay guías con
clientes y otros que van por su cuenta. Nosotros nos limitamos a seguir a los
frontales que van delante. Cuando una cordada baja el ritmo la adelantamos.
Poco a poco vamos siendo menos en la ascensión. Me hace gracia que Vicky crea
que es porque vamos demasiado lentos, cuando en realidad es porque el resto de
la gente va más despacio o se han dado la vuelta.
Adelantamos
a una cordada a la cual, a uno de sus integrantes le ha pegado el mal de altura
y se encuentra jadeante sentado en la fría pendiente.
Llegamos a
la esperada cascada de hielo de 90 metros. La claridad del cielo nos permite
apagar los frontales.
Rober
comienza a escalar, Atilio sale en ensamble a 30 metros por detrás de él. Usan
un tornillo por cada 12-15 metros. Atilio deschapa su cuerda y nos deja el
tornillo. Entonces salgo yo y Vicky en ensamble a los 30 metros también. Nos
juntamos en una reunión para devolverles los tornillos y repetir la jugada,
(esto es lo que conlleva ir tan ligeros de material).
Y es aquí,
en la reunión que nos ancla al hielo, es donde vivo el momento más bonito del
viaje. Era el sol asomándose tras las afiladas montañas, con Chamonix 3.000 más
abajo todavía apagado.
Tenía las
manos frías, pero no me lo pensé dos veces, quería inmortalizar el momento con
Vicky como protagonista.
Salimos de
la cascada, y con una mirada atrás compruebo el esfuerzo que llevamos pero lo
poco que hemos avanzado.
A Vicky le
surgen las primeras dudas. A ratos voy tirando de ella, con la cuerda tensa
para tratar de aliviarla en su agonía por aguantarnos el ritmo. Más adelante,
Atilio también va fastidiado.
Yo la voy
animando. –Una cuestecita más y descansamos…
Le veo hacer
demasiado sobre esfuerzo. Cuando llegamos al collado valoramos las opciones.
Ya nos
encontrábamos a 4.200m. Rober y yo vamos fuertes. Vicky y Atilio puede que con
mucho esfuerzo aguantasen la subida, pero eso solo es la mitad del camino, y
además hoy queremos bajar a Chamonix del tirón.
Separarnos
no es una opción. Lo acepto, esta vez no será la que corone el Mont blanc. Hago
un esfuerzo por convencerme de que no pasa nada, y después de algo de bebida,
comida y relax, comenzamos con la bajada.
Esta para
nada era moco de Pavo. Escuchábamos a Rober y le hacíamos caso, había tramos
kilométricos en los que no debíamos parar ni caernos, otros tramos que
demandaban una agilidad en los giros un poco excesiva para nuestro nivel y/o
agotamiento. Llegamos incluso a saltar con los esquís por encima de alguna
grieta. Esto para mí era nuevo y excitante. Me transmitía ciento punto morboso.
Los tramos
que menos disfrutaba eran aquellos en los que no convenía entretenerse por la
alta exposición a caída de enormes seracs (del tamaño de edificios).
Salvamos la
rimaya sin problemas, y más tarde, pude experimentar la mejor nieve que he
esquiado en mi corta vida practicando este deporte. No necesité más que unos
cientos de metros de esta sensación para comprender la locura que siente Rober
por el esquí.
Durante los
3.000 metros que descendimos, el paisaje fue cambiando, y del caos de seracs
salimos a unas diagonales a media ladera que más tarde se convertirían en
divertidas lomas empinadas por las que esquiar a gusto. Después entramos en el
bosque, donde nos divertíamos con los saltos naturales y esquivando árboles.
Así hasta llegar al camino. Descalzamos esquís y a caminar una hora larga hasta
Chamonix.
Maravillado
por bajar en tan poco tiempo de un sitio tan alto y lejano y de esta forma tan
divertida, llegué a sentir que el esquí ya me tenía atrapado para siempre.
Aquella
mañana bajamos todos, y bajamos amigos. Cumpliendo así el orden de prioridades
en montaña. La cima hubiese sido la guinda además de una excusa para tardar
mucho tiempo, tal vez, en volver a subir.
Si algo
puedo asegurar, es que esta no será la última visita a Alpes este año. Por
favor montañas, no os mováis de aquí.
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