lunes, 22 de agosto de 2016

Directa Americana al Petit Dru. Tres días, dos noches, y un par de huevos.

*Día 14 Agosto del 2016:

Qué importante es soñar… pero aún más importante es tener valor para intentar cumplir tus sueños. Es por esto que me despierto, porque de estar dormido se quedaría todo en un sueño que empezó hace un par de años. Escalar los 1100 metros de la insuperable montaña del Petit Dru por la Directa Americana, aquella montaña donde hasta las mismas nubes deben esforzarse para posarse en su cumbre, la cima inaccesible, el para rayos de los Alpes, el lugar más elegante por el que pueda subir uno a despedirse del sol…
Ahora, dos años más tarde me sentía preparado para afrontar el compromiso que exige un reto de tales dimensiones.
Petit Dru 3.754 metros
El traqueteo del tren sobre los viejos raíles llega a mis oídos en forma de música relajante, sabemos bien lo que tenemos que hacer, estamos mentalizados y salimos de la estación de Montenvers con el objetivo claro. Bajamos por la ferrata, cruzamos el gran glaciar y continuamos ferrata arriba. Aquí fue donde comenzó la aventura.


A mitad de la ferrata vemos un curioso alargador eléctrico, le colgaba un cable que bajaba hasta el valle, pero sin apenas cuestionárnoslo continuamos con normalidad.
De repente las grapas en forma de escalera que permitían la progresión por la pared se dejaron de ver, estaban  cortadas con radial dificultando el último tercio de la pared. Luispa Llevaba dos mochilas ligeras, una por delante y otra por detrás, lo que le volvía un poco torpe de movimientos, iba delante y tratando de pasar sin peldaños por donde hacía escasos tres días habíamos pasado sin dificultades. Se le resbaló un pié y se precipito delante de mí, dio media vuelta y estaba comenzando a rodar hacia abajo. En un ataque de adrenalina le agarré gritando del asa de la mochila y echando raíces con mis pies en la tierra y sujetándome de la otra mano a la pared como pude le pare en seco. Nos miramos el uno al otro con cara de asustados. A menos de dos metros de terraza,  más bajo se intuye una gran caída vacía oculta por la endeble vegetación, me mira a los ojos y me dice: -gracias… gracias por todo. Casi se me salta una lágrima y le digo que continúe con mucho cuidado, y así salimos de ese trocito de horror.

Retomamos el camino llano y estable, dejamos un depósito de comida en una pequeña cueva para tener algo con lo que llenar el estómago a la vuelta. Nadie comentaba nada pero había tensión en el ambiente, habíamos tenido una forma brusca de comenzar un segundo intento al Dru.
Llegando a la base del Dru se descubre un glaciar tapado por las piedras de los desprendimientos, es difícil andar 5 pasos seguidos sin mover 4 piedras, el terreno es inestable y un tanto traicionero. Pero conocíamos el acceso y llegamos directos a pié de vía. Escuchamos voces y vemos a un equipo de cuatro personas compuesto por dos cordadas checas que izaban un par de petates en el largo 10.
-Bueno… tapón tío nos van a ralentizar, -Yo creo que no les cogemos (responde Luispa), -Ya verás como sí…
Nos comemos cada uno un enorme bocata de pollo saboreándolo como si se tratase del último y siendo plenamente conscientes del hambre que íbamos a pasar.
Guardamos los crampones en la mochila, estiramos 30 metros de cuerdas dobles y comenzamos a escalar en ensamble.

En 250 metros de escalada a penas paramos dos veces para juntar el material, de este modo, lo que hace tres días nos costó más de un par de horas, esta vez lo hicimos en apenas una.
Llegamos a la primera terraza, dándonos paso al muro vertical. Aquí empiezan las complicaciones de una forma progresiva y la escalada se convierte en algo menos fluido.

Como ya sabíamos, la graduación de los largos no estaba acorde con lo que ponía en el croquis. Aparecía mucho V y 6a, pero en realidad era más bien una vía mantenida en el 6b, 6b+.
Cuando llegamos al largo 11, los robustos pero muy muy lentos checos nos hacían tapón.
-¡Estas no son formas de escalar una montaña de este tipo!, ¿pero en que están pensando?, así no van a llegar nunca, la van a liar…
Luispa me tranquilizó recordándome que solo necesitábamos llegar al bloque empotrado por lo que no nos urgía tanta prisa.
Pero aun así eso suponía tardar más, por lo tanto estar más tiempo parado y colgado cual estalactita de las reuniones, mayor rato de exposición a la continua caída de piedras y mayor consumo de energías, por lo cual más sed, más hambre y menos rock and roll para mañana. A mí me perjudicó realmente ese cambio de ritmo, esto no entraba en mis planes.
Gracias a dios cuatro largos más arriba en una repisa amplia cupimos todos y nos dieron paso a quitarles las pegatinas. Vi que apurando podríamos llegar al bloque empotrado sin necesidad de encender los frontales y me volví a tranquilizar y a disfrutar de una escalada elegante y pura, sobre excepcional roca tanto por su calidad de composición como por sus movimientos, y sobre todo de una buena compañía como la que siempre hace Luís Pastor con su buen humor…
-Reeeuniiooonn!! Yuujuuu….!!, (escucho a Luispa en el bloque empotrado).
Con las fuerzas ya mermadas por la longitud de lo escalado, el peso del macuto, la tensión acumulada, las espesas y húmedas nieblas que entraban y salían, el frío, lo expuesto de algunos tramos y la evidente falta de oxígeno… Me doy este último largo del día guiado por el haz de luz de mi frontal. Desde Chamonix se me debe ver como un diminuto punto de luz en un inmenso mar de roca vertical.


Después de 9 horas de escalada sin descansos habíamos hecho 17 largos (cerca de unos 700 metros de pared, que se dice pronto)
Este fue el punto más alto al que llegamos en nuestro anterior intento con Nacho Burgués, queríamos escalar la vía en el día, y nos pusimos las 15:00 como hora tope para estas aquí. Llegamos a las 16:00 y dado la previsión de mal tiempo para la tarde del día siguiente, nos lo habíamos jugado todo a una carta. Lo más prudente y correcto fue bajarnos, y bien que hicimos porque el día siguiente amaneció granizando. Aquella decisión de bajarse nos salvó de una posible horrible experiencia.
… Y volviendo al bloque empotrado, la típica zona de vivak era peor de lo que me imaginaba, es cierto que tendríamos cerca de 10 metros cuadrados habitables, de los cuales 6 serían planos y tres aceptables para pasar la noche. Estiramos las cuerdas para hacer algo que se pareciera a un suelo mullido, nos rodeamos el cuerpo con la manta térmica, gorro, guantes, y nos metemos en la insignificante funda de vivak. Así sacamos de la mochilita la cena: Un par de huevos duros cada uno era la comida más consistente que habíamos traído para cenar. Los devoramos gustosísimamente.
El suelo estaba inclinado fuertemente hacia la izquierda (el lado del vacío), y la temperatura descendía en picado. No pareció que bajase de los cero grados, la isoterma estaba alta y no temblábamos demasiado.
Por la noche se apreciaban las luces de Chamonix  en lo más hondo del valle. Incapaz de pegar ojo imaginaba como estarían durmiendo plácidamente en sus camas sin ser conscientes de todas las comodidades que rodean sus vidas. Me hizo reflexionar...
Por mi parte lo más parecido a pasar una buena noche era estar bien pegado a Luispas para poder notar como al menos una parte de mi cuerpo no tenía la necesidad de temblar.
Después de una eterna noche mirando el reloj cada 20 minutos, a las 5:30 comienza a clarear. Nos ponemos en marcha, desayunamos dos tortitas de miel cada uno, preparamos el material y me doy el primer largo de IV en zapatillas y con la fresca.
Y ahí estábamos… bajo el difícil gran diedro de 90 metros. La zona más técnica de la vía. No nos lo pensamos mucho y nos pusimos manos a la obra.
Luispas se dio el primer largo y yo el segundo, era largo, laborioso y tremendamente difícil para hacerlo en libre. Imaginar a Christophe Profit pasando por aquí sin cuerda en sus tiempos mozos me ponía los pelos de punta.


El diedro lo terminamos en una repisa, desde aquí pudimos ver la travesía artificial que había equipada con buriles de los años sesenta para salir a la cara norte. Estábamos bien avisados de que esta parte era la más delicada de toda la vía.
Se intuía que para acceder a la travesía había que pasar por una difícil placa de adherencia a derechas y luego hacer travesía a izquierdas para llegar a la placa de artificial.
Luispas tomo el mando, llegó a la placa, chapó un clavo asqueroso bajo sus pies e intentó hacerse el difícil paso de placa de una forma controlada, varias veces.
-Javi, no lo veo, me voy a meter una ostia-.
-No se tío, prueba por la izquierda…-
-Imposible… vas a tener que intentarlo tú-.
A mí no me apetecía nada que Luispas se callera. Yo estaba de una reunión de dos clavos y entre nosotros solo había otro viejo clavo a demás de una caída muy fea. 
Terminando una de las partes más delicadas de la vía


Pero tampoco me apetecía pasar por el mal trago de darme ese largo, y aún menos tener que bajarnos. De modo que Luispas regresó a la reunión, salí yo, triangulé el clavo con un friend por debajo de mí, después de varios tientos de sentir el paso y buscarme una postura le hecho valor y me pongo a apretar. Tiro de los dedos, aprieto el diafragma y revoto el pié cuatro veces hasta que llego a un sitio estable. Meto un micro friend con un alargue para que Luispas pueda pasar sin problemas y más tarde me enfrento a la travesía… Al menos esta tenía un par de spits en total, sustituyendo posibles viejos buriles que habrían saltado con el paso de los escaladores. Haciendo movimientos suaves y con mucha delicadeza progreso por la travesía mientras se abre el vacío bajo mis pies. Llego a la reunión, -Ufff… ya está. Luispas me sigue y así nos damos paso a la cara norte. (el punto de no retorno), ya no hay media vuelta, a partir de aquí es un todo o nada.
Luispas vuelve a ser primero de cordada. El croquis marca una ruta con muchos clavos y fácil, por la que aparentemente vamos a correr… pero de eso nada. Los terceros resultaron ser V grado. La ruta era fácil de perder, el croquis no reseñaba muy allá los detalles característicos de los largos. Muchas veces nos tocó tirar de fe hasta que de repente veíamos un clavo y nos daba por pensar que seguirlo nos llevaría bien a la cima. –venga, que ya solo quedan 8 largos. -7…6…5… se hacía eterno. Solo queríamos terminar…encima lo que faltaba…se metían nieblas y lo complicaban todo un poco más. Íbamos mal de horario y eso me agobiaba… notaba el estomago vacío, con ligeras ganas de vomitar a ratos. Ingeríamos una barrita energética cada 3 horas.
Para rematarlo todo, hubo un par de largos en los que no había nada sólido a lo que agarrarse, parecía que la montaña se nos iba a desmontar con cualquier cosa de la que tirásemos, no podíamos proteger con friends por que todo se movía… se mascaba la tragedia. En uno de los largos que me tocó salir de segundo, me agarré al empezar a un bloque del tamaño de un microondas y casi me lo tiro encima. El susto me sobrecogió el corazón, y para colmo, la incertidumbre de si estaríamos escalando por la vía correcta.
A las 4 de la tarde, muy tocados psicológicamente llegamos a la cumbre –¡¡¡Ciiimaaaa!!!, grité.
Nos juntamos y nos dimos un abrazo a sabiendas de que solo llevábamos la mitad. Era muy tarde y las nieblas no nos dejaron orientarnos. El Drú es famoso en parte por su complicada bajada y proceder a ella ahora mismo era impracticable. Ni nos podíamos orientar, ni tendríamos luz suficiente para hacer a penas la mitad de la bajada. Tomamos la decisión de palmar un segundo vivak en cumbre. Encontramos un hilillo de agua que bajaba por unos bloques de hielo con el que pudimos rellenar las botellas, echar unas sales que habíamos traído y así no deshidratarnos.
Precioso cuarzo que ayuda a construir el muro de vivak

Nos preparábamos para una noche dura. Estábamos a más de 3700 metros, la isoterma bajaba y nosotros no nos habíamos quitado el plumas en toda la ascensión por lo que ahora nos tocaba estar parados con la misma ropa. Preparamos las camas colocando las cuerdas en zigzag de una forma muy artesana para aislarnos del suelo, bebimos mucha agua fría, y con unas vistas increíbles vimos como el día se apagaba…
Nos sentíamos muy felices, simplemente estábamos pagando el precio por cumplir un sueño, y no era tan alto para todo el valor que tiene haber llegado hasta aquí.


Este vivak era más cómodo. Pero mucho más frío. Una gotera que había en el techo a media noche dejo de sonar, se había congelado.
Un tremendo dolor de pies no nos permitió dormir en toda la noche. Cada quince minutos nos levantábamos a frotarnos y mover todo el cuerpo. Me quedaba hecho una bola abrazándome las piernas, me aliviada, pero de pleno agotamiento me desplomaba de lado y forzosamente me veía obligado a tumbarme. Diez minutos a lo sumo, después el insoportable dolor de pies me tenía esclavo de nuevo…
A las tres de la mañana se apreciaba una ristra de frontales subiendo el Mont Blanc. Me quedaba observándolos hasta que se me apagaba la mirada. Esta noche tuve mucho tiempo para reflexionar…
A las 5:00 comenzamos con el movimiento vital. Calentamos la sangre a base de recoger las cuerdas. El menú para desayuno era de medio higo cada uno, un orejón y media barrita energética de almendras.

Increible el mazizo del Mont Blanc

Buscamos los rápeles y lejos de poder sentir el sol comenzamos con la laboriosa bajada. Luispas se coló en una travesía que venía señalizada en los croquis, era muy difícil y tiré yo. Hice el paso duro y apartado del último seguro no había más tramo por el que seguir. Tuve que retroceder sobre mis pasos pasando por uno de los peores momentos de la aventura de tres días.
La bajada era caótica: dos rápeles, escalada, travesía, rápel, travesía, por aquí no es, vuelve, rápel, ¿Será por aquí?, probemos…, por si fuera poco, yo sufría de principio de congelación en los pies.
Cae una piedra, la canto y Luispas se aparta, uff…
Llega un momento en el que todo se centra simple y llanamente  en salir con vida de este infierno.
Llevábamos diez horas bajando y estamos a un rapel de llegar al terrorífico glaciar de la vertiente Sur. Estamos poniéndonos los crampones antes de bajar cuando de repente estalla una roca en el mosquetón de mi cavo de anclaje. Nuestros ángeles de la guarda están trabajando a tope.
una de las penosas instalaciones por las que nos vimos obligados a rapelar
Bajo nuestros pies vemos seracs como neveras rompiéndose y precipitándose con fuerza justo hacia el lugar que nos deja el rapel. -Luispas, no tardes nada por favor, en cuanto diga libre bajas y nos vamos de aquí a toda hostia-.
Bajo yo, baja Luispas, comenzamos a recoger las cuerdas y en un momento se escucha un derrumbamiento sobre nuestras cabezas. Miro a Luispas con cara de terror y le grito –¡¡¡Dentro, dentro, dentro!!!, pegando un salto me cuelo por una grieta que tenía justo delante de mí, a  Luispas más lento le escucho decir –¡¡hostias!!, se cuela como puede en la grieta sin darle margen a entrar del todo y dejándole sobresalir la mochila por fuera. Aquí dentro todo retumba, se me pasa por la cabeza la idea de que si no se nos cae la cueva de hielo encima tal vez se colapse la entrada y nos quedemos atrapados. Después de un momento de pequeño estruendo todo se queda en calma. -¿Estás bien Luispas?, -Si, vas a flipar con el bloque que me ha dado en la mochila. Ver aquel bloque no me produjo ninguna tranquilidad…
-¡Hay que salir de aquí ya!-
Encordados nos pusimos a correr por el glaciar, saltando grietas, destrepando seracs, volviendo a trepar. Tratábamos de huir a toda leche de la zona expuesta a los desprendimientos… por encima nuestra estaba la peor parte del glaciar, era una zona vertical incluso extraplomada de decenas de metros, con inmensos bloques como autobuses echándonos de allí.
Por las prisas, al destrepar una placa malamente se me deshizo el hielo bajo los crampones y me precipite por una grieta 4 metros haciendo fuerza con los codos a los lados de esta al más puro estilo cruasán. Un saliente de hielo fue a parar a mi culo, dejándome levemente aturdido y con un dolor que me llegó en forma de pitido a los oídos. Al otro lado de la cuerda Luispas me preguntaba si me había clavado los crampones, (que hubiese sido lo más normal), pero tuve mucha suerte. Salí de allí con cuidado y continuamos con el caos de bloques.
Llegamos a tener que dar saltos de dos metros sobre grietas que a plena luz del día ni se las veía el final. Llegó un momento que deje de mirar la profundidad simplemente las sorteábamos como mejor podíamos.
No me estaba divirtiendo nada, este lugar me parecía un horror, sentíamos crujidos bajo el hielo, cada tres minutos escuchábamos un desprendimiento y para rematar me daba por calcular el precio que nos podía costar un paso en falso.
Llevábamos 57 horas de actividad sin dormir, y mantener una concentración tan intensa y con tantos peligros objetivos alrededor, era extremadamente agotador y desesperante.
Por fin vemos donde termina el glaciar. En apenas una hora y pico lo habíamos cruzado, fuimos muy rápido. Divisamos el camino y nos pusimos a correr montaña abajo porque solo nos quedaba una hora y media para coger el tren. Recordamos que la ferrata no tenía peldaños. Llamamos a los servicios de emergencia y nos dijeron que tenían instalados unos rápeles, de modo que así bajamos. 
Corrimos por el glaciar, tratamos de alcanzar el teleférico que sube a la estación, por tres minutos no llegamos. Nos tocó subir a pata por las escaleras. Ya eran las 18:10 y el último salía a las 18:00 pero aún así seguimos apretando y con nuestro último aliento llegamos a las estación a las 18:30… nos habíamos equivocado. Todavía quedaba un último tren a punto de salir y fue al que nos subimos. ¡Ahora sí! Nos dimos un abrazo. Menos mal… nos ahorramos un par de horas más de pateo al conseguir pillar este tren.
Coincidimos con los Checos. Nos contaron que después de dos días y muchas indecisiones decidieron bajarse de la cara oeste. Escucharon nuestra historia impresionados. Durante nuestras dos tentativas a esta montaña vimos como 4 cordadas distintas intentaron el Petit Dru sin éxito.
Nosotros pagamos el precio del frío y el hambre por habernos decantado por un estilo tan ligero pero mucho más rápido. En tres días habíamos perdido un par de kilos de masa corporal. Al final la logística que aprendimos de Nacho Burgués fue la mitad de la escalada y lo que nos abrió las puertas a la cumbre.
Vimos como el cielo a su vez podía ser un infierno. Cuando llegamos a Chamonix todo tenía para nosotros 5 veces más valor que antes de subir esta montaña que tanto nos había enseñado. Disfrutamos una ducha de agua caliente, un plato, dos y tres de buena comida, la compañía de nuestro gran amigo Rober. En fin… te das cuenta de lo que significa estar vivo.