sábado, 15 de julio de 2017

Mont Blanc en Esquís

*Día 26 de Abril del 2017:

Podría echar de menos Alpes… sin embargo prefiero no conformarme con ello y volver a menudo. Esta vez acompañado de una persona muy especial, Vicky Vega.
El objetivo marcado, en apariencia no es demasiado ambicioso. Queremos subir el Mont Blanc en esquís por la ruta de grands mulets y luego bajar en este nuevo estilo que tanto me está enganchando, esquiando.

Lo único, que Vicky tuvo un grave accidente de coche. De milagro y por suerte, las consecuencias para ella no fueron tan graves, pero lo suficiente como para dejarla un mes entero obligada al sedentarismo más absoluto, con su posterior una recuperación lenta y progresiva. De momento, a lo que nos condicionaba esto era a coger el teleférico y ahorrarnos 1000 metros de desnivel si o sí.
Llegamos a Chamonix, y Rober nos da una cálida bienvenida acogiéndonos en su casa, como siempre.
Nos tomamos un par de días para organizarnos, reservar en el refugio de grands mulets, preparar la logística y coger fuerzas mientras esperábamos la ventana de buen tiempo…

*Día 29 de Abril del 2017:

Nuestra ventana de buen tiempo, nuestra oportunidad.
No demasiado pronto cogemos el teleférico. Esta aventura la compartiremos Vicky, Rober, Atilio (conocido de Rober), y yo.
Nada más salir te la cabina se presentan las primeras dificultades, (una pendiente de obstáculos y nieves cambiantes para calentar).
Rober no ha parado de esquiar en todo el año, pero los demás estamos un poco oxidados, en España, la temporada de esquí es mucho más breve que aquí. Aunque yo por suerte hace apenas dos semanas que había hecho carros de foc y me encontraba fuerte.
Rober pasa primero, y bajo las indicaciones de nuestro amigo nos apañamos decentemente.
Entramos en una cómoda e impresionante travesía.


Aquí las distancias son muy largas. No tienen nada que ver con las cordilleras del lugar en el que vivo. En Alpes, cuando algo parece que está cerca, está lejísimo, y cuando algo parece que está lejos, está inhumanamente inalcanzable. Eso es algo que voy aprendiendo aquí.
Durante nuestro cómodo avance, el paisaje que está por venir se va descubriendo, se hace temible. Mi instinto se niega a creer que tengamos que pasar por aquel inestable caos de bloques. Rober marcha delante, y efectivamente hay que inventarse un camino que los sortee.
Y para allá que vamos.



Nos adentramos en otro mundo. Aquí y ahora valemos menos que una miserable hormiga. No he pasado por demasiados glaciares, y este me impresiona. Rober hace poco vio su vida pasar ante sus ojos cuando desencordado, se precipitó por una grieta que se abrió repentinamente bajo sus pies llegando a la cumbre del Mont Blanc. Lo que le hace progresar con sumo cuidado y cautela.
Yo tengo plena confianza en él. Ha subido ocho veces a esta cima y parece saber lo que está haciendo y por donde nos lleva.



El punto más delicado lo encontramos al tener que pasar a la otra vertiente del valle. Hay que sortear una enorme rimaya por el punto más débil que encontremos en el laberinto de caos. Parece haber solo un paso posible y medianamente seguro, por lo que se empieza a aglomerar aquí la gente. Pasamos sin demasiada confianza en los seracs, pues la realidad es que son unos traicioneros y nunca sabes cuándo se van a mover.

Una vez pasado el punto más problemático del día, lo que nos queda es una pronunciada cuesta hasta llegar al refugio. El grupo lo general se siente bastante fuerte.

Después de acomodarnos en el refugio subimos al tejado a fotografiar lo salvaje del lugar. Sus imponentes grietas y temibles seracs colgantes.




Menudo espectáculo de la naturaleza más salvaje…
Pasamos el resto de la tarde muy agradablemente, cenamos a las 18:00 como es costumbre en Francia, vimos el atardecer y nos fuimos pronto a la cama.

*Día 30 de Abril de 2017:

Son las 02:00 am. Hora de despertar. Desayunamos malamente y nos disponemos a calzarnos los esquís. Nadie dijo que esto de Alpinismo fuese fácil y cómodo.

Rober se encuerda con Atilio, Yo con Vicky. La gente comienza la marcha. Hay guías con clientes y otros que van por su cuenta. Nosotros nos limitamos a seguir a los frontales que van delante. Cuando una cordada baja el ritmo la adelantamos. Poco a poco vamos siendo menos en la ascensión. Me hace gracia que Vicky crea que es porque vamos demasiado lentos, cuando en realidad es porque el resto de la gente va más despacio o se han dado la vuelta.
Adelantamos a una cordada a la cual, a uno de sus integrantes le ha pegado el mal de altura y se encuentra jadeante sentado en la fría pendiente.

Llegamos a la esperada cascada de hielo de 90 metros. La claridad del cielo nos permite apagar los frontales.
Rober comienza a escalar, Atilio sale en ensamble a 30 metros por detrás de él. Usan un tornillo por cada 12-15 metros. Atilio deschapa su cuerda y nos deja el tornillo. Entonces salgo yo y Vicky en ensamble a los 30 metros también. Nos juntamos en una reunión para devolverles los tornillos y repetir la jugada, (esto es lo que conlleva ir tan ligeros de material). 

Y es aquí, en la reunión que nos ancla al hielo, es donde vivo el momento más bonito del viaje. Era el sol asomándose tras las afiladas montañas, con Chamonix 3.000 más abajo todavía apagado.
Tenía las manos frías, pero no me lo pensé dos veces, quería inmortalizar el momento con Vicky como protagonista.

Salimos de la cascada, y con una mirada atrás compruebo el esfuerzo que llevamos pero lo poco que hemos avanzado.
A Vicky le surgen las primeras dudas. A ratos voy tirando de ella, con la cuerda tensa para tratar de aliviarla en su agonía por aguantarnos el ritmo. Más adelante, Atilio también va fastidiado.


Yo la voy animando. –Una cuestecita más y descansamos…
Le veo hacer demasiado sobre esfuerzo. Cuando llegamos al collado valoramos las opciones.
Ya nos encontrábamos a 4.200m. Rober y yo vamos fuertes. Vicky y Atilio puede que con mucho esfuerzo aguantasen la subida, pero eso solo es la mitad del camino, y además hoy queremos bajar a Chamonix del tirón.
Separarnos no es una opción. Lo acepto, esta vez no será la que corone el Mont blanc. Hago un esfuerzo por convencerme de que no pasa nada, y después de algo de bebida, comida y relax, comenzamos con la bajada.
Esta para nada era moco de Pavo. Escuchábamos a Rober y le hacíamos caso, había tramos kilométricos en los que no debíamos parar ni caernos, otros tramos que demandaban una agilidad en los giros un poco excesiva para nuestro nivel y/o agotamiento. Llegamos incluso a saltar con los esquís por encima de alguna grieta. Esto para mí era nuevo y excitante. Me transmitía ciento punto morboso.
Los tramos que menos disfrutaba eran aquellos en los que no convenía entretenerse por la alta exposición a caída de enormes seracs (del tamaño de edificios).
Salvamos la rimaya sin problemas, y más tarde, pude experimentar la mejor nieve que he esquiado en mi corta vida practicando este deporte. No necesité más que unos cientos de metros de esta sensación para comprender la locura que siente Rober por el esquí.
Durante los 3.000 metros que descendimos, el paisaje fue cambiando, y del caos de seracs salimos a unas diagonales a media ladera que más tarde se convertirían en divertidas lomas empinadas por las que esquiar a gusto. Después entramos en el bosque, donde nos divertíamos con los saltos naturales y esquivando árboles. Así hasta llegar al camino. Descalzamos esquís y a caminar una hora larga hasta Chamonix.
Maravillado por bajar en tan poco tiempo de un sitio tan alto y lejano y de esta forma tan divertida, llegué a sentir que el esquí ya me tenía atrapado para siempre.
Aquella mañana bajamos todos, y bajamos amigos. Cumpliendo así el orden de prioridades en montaña. La cima hubiese sido la guinda además de una excusa para tardar mucho tiempo, tal vez, en volver a subir.
Si algo puedo asegurar, es que esta no será la última visita a Alpes este año. Por favor montañas, no os mováis de aquí.


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