viernes, 27 de marzo de 2020

"Corredor de la "Y" 700m, M5+", Norte del Vignemale


Luis Pastor en el tercer largo de la "Y" en la Norte del Vignemale














Esta historia comienza cuando leo un WhatsApp de Luispas: -De lunes a jueves al piri con Bolo, te animas?

Yo había estado faltando a dar clase en el rocódromo la semana de antes por escalar en Picos de Europa, y después lo había empalmado con otro viaje a Cuenca para escalar tres días mas. Y ahora Luispas me estaba proponiendo salir el lunes pronto. Con lo que yo tendría que preparar las cosas el domingo cuando llegara a casa para volver a salir de viaje a la mañana siguiente, lo cual no era ningún impedimento porque estoy acostumbrado a este ritmo de vida, pero sí me echaba un poco para atrás dejar desatendido el rocódromo otro día más de este mes. Así se lo expresaba a mi amigo.

Y entonces Luispas me mandó el croquis de la primera vía que se le había ocurrido que podríamos hacer en caso de darle una respuesta afirmativa.

Esta estrategia le resultó infalible. Cualquiera que me conozca sabe que tengo “0” resistencia que ofrecer ante la tentación de una montaña como dios manda. Además, en España no es que precisamente tengamos oportunidades de hacer alpinismo como para ir desperdiciándolas. Mis alumnos lo entenderían.
Como se puede apreciar, al ver el mensaje mi cerebro reaccionó en modo automático. Nos vamos de aventura…


*17 de Febrero del 2020:

Viajamos camino al Pirineo aragonés en la furgoneta del Bolo. Él, grandísimo y mítico alpinista, de la época en que los españoles comenzaban a realizar escaladas de dificultad y compromiso, alucina cuando ve Luispas y yo no llevemos planificación alguna ni tan siquiera la más mínima idea sobre lo que queremos hacer en este viaje a parte de la evidencia de escalar. Tan solo hemos mirado por encima algunos croquis, con la idea de ir elaborando el plan de camino. El Bolo, al observar nuestro modus operandi, y conociendo nuestro altísimo índice de éxitos como cordada (de prácticamente el 100%), se cuestione su sistema de creencias fundamentado en llevar matizada la actividad al máximo posible con todo tipo de detalle logístico. Esa manera de hacer actividad me parece muy lógica, pero en mi opinión es apostarlo todo a una carta, y ahí entra más en juego la suerte. Sin embargo, creo que dependiendo de para qué, llevar un plan flexible que deje todas las puertas abiertas puede ser un acierto, pues se logra mantener la capacidad de adaptación frente a las circunstancias que se puedan dar. Por lo tanto, trazamos el plan a última hora, con las últimas actualizaciones meteorológicas, observando las piadas más recientes, y sin la presión de sentir la necesidad por realizar una actividad a la que tanto esfuerzo le has invertido de planificación.

Mientras el Bolo conducía, Luispas y yo íbamos recopilando información, consultando: foros, blogs, páginas de facebook sobre condiciones invernales, amigos que habían escalado recientemente, grupos de whatsapp…
Llegado un momento, a Luispas le llega un vídeo de un francés que cinco días atrás había escalado el "corredor de la “Y” 700m, M5"en la norte del Vignemal 3.298m. Me lo enseña y no puedo evitar imaginarme en aquella excelente pared, golpeando con mis piolets el mismo delicado hielo que se apreciaba en el vídeo y dándome aquellos pasos mixtos que la cámara transmitía de manera tan espectacular. -Chicos… tenemos plan!!

Decidida la montaña, comenzamos con la logística. Hay que llegar hasta Francia, de modo que para no hacer un viaje demasiado largo, pasaremos la noche de antes en Jaca, aprovechando así para hacer compra de los víveres necesarios ya que en el refugio no nos cogían el teléfono y parecía encontrarse sin guardar. Allí arriba solo tendremos lo que queramos portear en nuestra mochila.


*18 de Febrero del 2020:

Nos levantamos prontito, y Kramer, nuestro amigo y compañero de trabajo del GERA de Luispas y Bolo, junto con su pareja nos invitan a un desayuno que fue verdaderamente épico. Para mí fue una auténtica maravilla comenzar el día con tal cantidad y variedad de alimentos ricos para desayunar. Mil gracias chicos!!

Después de ultimar compras cogemos la furgoneta para ponernos rumbo a Francia. En el GPS marcamos el punto más lejano al que el coche podía acceder (Parking du Puntas) a 3 horas 30´de viaje, pasado el pueblo de “La Raillère”.

Durante el viaje de este segundo día, salen unos temas de conversación que no dejaron desperdicio alguno. A veces un buen tema de conversación puede resultar tan divertido o trascendental como una gran escalda. Tiene sus ventajas juntarse con gente más curtida y experimentada. Por suerte, desde que tengo 15 años me he podido mezclar con amigos que en la mayoría de los casos me sacaban unos 18 años de media, lo que me ayudó a tener un maduramiento precoz en varios aspectos. Pero principalmente, esto me ha dado la oportunidad de realizar actividades que hubieran estado completamente fuera de mi alcance en aquellas tempranas edades.

Al llegar al parking hacemos la mochila meticulosamente y con cuidado de no olvidarnos nada imprescindible. Comemos una buena porción de empanada cada uno y algún minuto pasado las 17:00 comenzamos con la aproximación.


El ambiente resultaba bastante frío, pero pudimos hacer un buen tramo del camino en zapatillas de trekking antes de que las condiciones de nieve y hielo nos obligaran a calzarnos las botas rígidas. Para no cargar con las zapatillas, las dejamos escondidas en una cueva formada entre las piedras de un punto característico.


Cada vez más grande, nuestra montaña comienza a dejarse ver. El paisaje va volviéndose más desértico y alpino a medida que ganamos metros de desnivel.
En un último llaneo que resultó ser más largo de lo que aparentaba, apareció una espesa niebla que por momentos reducía la visibilidad hasta el punto de no ver a más distancia de 50 metros. 


Después de casi 3 horitas caminando desde el parking llegamos al refugio Oulettes de Gaube, a los pies del gigante.

Cuando entramos en el refugio, nos encontramos con un par de cordadas. La primera formada por dos catalanes que tenían la intención de escalar la misma ruta que nosotros, y la segunda por dos franceses que dudaban entre esta misma vía o el famoso corredor Gaube. Los franceses, como iban a escalar dos días, supongo que decidieron reservarse la “Y” para el segundo día en vistas de que tanta gente quisiera subir.

El Bolo claramente y sin rodeos dijo a los catalanes: -pues vamos detrás vuestra, que habéis llegado antes, ¿a qué hora os levantáis?

Y como hablando se entienden las cosas, decidimos poner el despertados a las 4:15, una hora más tarde que nuestros compañeros.

Mientras cenábamos gustosamente en el pequeño comedor libre que queda abierto mientras el refugio permanece cerrado durante el invierno, aparecen dos franceses más, y se sientan al lado de sus compatriotas a cenar. Les escuchamos decir que ellos también quieren escalar la misma vía que todos nosotros. Pero no hacen el menor esfuerzo por preguntarnos ni tan siquiera por tener un contacto. Nos vamos a la cama que hay que levantarse temprano.

En estos años me he ido dando cuenta de que de pequeño no es que odiase madrugar, lo que no me gustaba era hacerlo por una causa aburrida o espiritualmente poco productiva como la que me resultaba ser ir al colegio. Sin embargo, para hacer sueños realidad es un placer levantarme y ser el primero en ver el mundo cuando aún este continúa parado en el sueño.


*19 de Febrero del 2020:

04:15am. Apago la alarma del móvil y me levanto movido por la ilusión que me hace desayunar, ya que la comida podría ser fácilmente la segunda de mis motivaciones.

Antes de nada necesito mear. Abro la puerta del refugio y salgo al invierno que fuera está tomando presencia. Cuando llevo la mirada a Vignemale me sorprenden dos parejas de luces de frontal bien distanciadas entre ellas. Se ve que los franceses tenían fichados los horarios de los demás y estos se habían levantado todavía mas pronto que los catalanes. Lo que debería de haber sido sobre las 02:30 como tarde. Pienso que no van a poder disfrutar de las vistas escalándolo todo a oscuras.

Mientras observo la situación pierdo poco a poco el calor corporal mientras vacío la vejiga. No le doy importancia a las dos cordadas que tenemos por delante. Si han comenzado a escalar tan pronto será por que tienen nivel para resolver la ruta rápido y sin problemas. Me vuelvo para a dentro para desayunar.

Tras disfrutar de la primera comida del día nos preparamos para salir. El Bolo es el primero en estar listo, y bajo el argumento de que es más lento sale de refugio para ir ganando metros. Yo me lo tomo con más calma. Luispas sale el siguiente, y yo a los pocos minutos.

El primer tramo es bastante llano y ligeramente cuesta arriba. Aquí las distancias nunca son lo que parecen pero aún así siempre me dejo engañar. Tener en frente una pared vertical de casi 1.000 metros y sin referencias cercanas con las que poder construirte un croquis mental de las dimensiones objetivas, hace que el espacio del paisaje encoja a nivel de efecto óptico, y a causa de esto luego te ves sorprendido por las distancias una vez recorridas.

En cuanto el glaciar empieza a empinar alcanzo a Bolo y Luisoas. Está todo muy oscuro y nos orientamos con las huellas que encontramos y con un poco de intuición.

Mientras subimos aquellas infinitas rampas me llegan recuerdos.

La primera y última vez que estuve en esta montaña fue hace 8 años (tenía 16). Vine con Cristian y Juanjo, (esta segunda persona fue de los primeros adultos que confió en nosotros apoyándonos en todas nuestras ilusiones y llevándonos de viaje, siempre de manera altruista, por mil lugares de la geografía peninsular. Fue el causante en gran medida del desarrollo de mi instinto de aventura. Pues con su propia forma de ser, consiguió transmitirnos a Cristian y a mí, pura pasión y amor por esta forma de vida). Esta montaña, estuvo a punto de ser para nosotros, la primera en coronar que superaba los 3.000 metros. Entramos eso sí, por la vertiente española. Era una ruta sin pasajes técnicos pero que aún así nos encantó porque ello conllevó atravesar nuestro primer glaciar y además empleando técnicas de crampones y piolet. A unos 200 metros de la cumbre se estropeó el tiempo y tuvimos que darnos la vuelta. Desde entonces he tenido una cuenta pendiente con esta montaña. Aquel fue mi primer viaje a Pirineos, y guardo unos recuerdos increíbles de aquella experiencia. Por todo eso, el Vignemal es una montaña muy especial para mí.

La vertiente norte de esta gran mole impresiona a cualquiera, y por el simple hecho de subir en invierno, ya sea la ruta que sea, podría suponer un reto para cualquiera. Me siento feliz de verme aquí nuevamente después de un puñado de años y poder comprobar como el tiempo transcurrido no ha caído en saco roto, si no que ha pasado a favor, pudiendo desarrollar las habilidades que requiere una escalada como la de la “Y” en este caso.

Llegamos a la rimaya, la cual vemos bastante abierta y difícil de flanquear. Pocos días antes, Rubén San Martín, compañero mío de Equipo Español de Alpinismo, había intentado desesperadamente pasar por aquí hasta el punto de llegar incluso a caerse. No pudieron superar este primer obstáculo (que entonces se encontraba en peores condiciones) y tuvieron que darse la vuelta.
Por encima de la grieta se erguía un buen desplome de nieve a penas consistente en algún punto.
Luispas, ya atado a la cuerda me dice que lo ve imposible, pero se me ocurre subirme al punto más alto posible de la cresta de nieve que nos sustentaba y desde ahí empujarle del culo y luego de los gemelos. Así consiguió pasar. A los 8 metros se tensa el nudo del Bolo y sale. Yo le ayudo del mismo modo. Y por último llega mi turno. El Bolo desde otros 8 metros más arriba me tensa la cuerda como puede y me ayuda a pasar. Desde aquí avanzamos en ensamble más de 300 metros por una pala de nieve a 60 grados de inclinación. Llegados al desvío, y el Bolo nos paró para preguntar si estábamos seguros de continuar por la vía que llevaba escaladores encima, ya que nos exponíamos a posibles desprendimientos de hielo y piedras. En aquel momento aún disponíamos de opción de continuar por el Gaube, que se hallaba vacío. El Bolo nos dejó a Luispas y a mí la toma de decisión, pues él había dejado desde el principio del viaje muy clara su intención por no participar escalando de primero ninguno de los largos técnicos. Él venía a disfrutar y a escalar sin presiones aprovechando el rebufo de dos motivados como Luispas y yo.
Sin pensárnoslo mucho decidimos continuar con el plan inicial esperando no penar demasiado con aquello de ser un blanco fácil para la caída de piedras o hielo. Llegamos a al comienzo de la parte técnica de la vía, y tal y como teníamos hablado Luispas se prepara para ser el primero.

Comienza a pelearse con el primer largo mientras Bolo le asegura y yo destrepo unos metros para hacer de vientre incómodamente. 

Cuando termina, recoge las cuerdas y Bolo y yo salimos detrás. El rato que nos había llevado desde llegar al pié de la parte técnica del goulotte hasta comenzar con la escalada, nos había dejado muy fríos a Bolo y a mí. Teníamos unos cuantos grados negativos en el termómetro y como suele ocurrir en el primer largo, se me congelaron las manos hasta el punto de quedarme completamente sin sensibilidad. Aguanté para encadenar el largo sin colgarme y sin paradas, pero aquella tontería me pasó factura. Cuando llegué a la reunión me tiré 5 minutos con un terrible dolor en las manos que casi me hizo llorar. Tal era el dolor que no soportaba ni las palabras que me dirigían mis compañeros. Es un hecho que cuanto más aguantas la congelación sin parar a calentarte, con mayor fuerza remeterá esto contra ti cuando se recalienten las manos. Además de por el dolor, es una faena por las reservas de energía que el cuerpo consume para una actuación así. No conviene permitir que pase. El Bolo se debió gestionar mejor y no le vimos sufrir de manos en toda la vía.

Este primer largo pareció un aviso de lo que sería la vía, con bastante verticalidad, combinación de protecciones decentes en roca y regulares en hielo, y tramos delicados con el grosor a penas justito para progresar con relativa seguridad. Y la reunión, lejos de ser una maravilla me pareció una castaña y encima muy difícil de reforzar…

Al siguiente largo se lo veía un trámite, una campa de nieve larga y fácil con una zona final de cascada más vertical. Y así resultó ser.
La vía era intuitiva y transcurría por una goulotte encajonada en la que era prácticamente imposible perderse. Lo que nos vino muy bien porque no habíamos encontrado ningún croquis en internet. La información que manejábamos era únicamente la que nos había facilitado el video visto en el coche de camino a Pirineos. Solamente había que aprenderse de memoria cuales eran los 5 largos técnicos para cambiar el primero de cordada cuando correspondiese. El Largo más duro parecía el “L5”. Un desplome mixto de M5+ que tras ver en el vídeo, Luispas prefirió que me lo diese yo, de modo que repartimos los largos de manera en que Luispas hiciese los tres primeros y yo los 2 últimos.

Siempre, cuando me tocan los largos duros (que suelen ser muchas veces), en vez de ponerme en la actitud del miedo o similares, pienso que al hacer los tramos más difíciles de las vías, aprenderé más, disfrutando de una experiencia que me hará más fuerte.
Con el tiempo he aprendido a no dejarme condicionar por una expectativa proyectada al futuro que me pueda generar estrés en el presente. Simplemente, trato de vivir el ahora de forma consciente, de manera que así cuando me tope cara a cara con el reto, este me será revelado en su magnitud real, sin turbios trasfondos ilusorios, fruto de mis miedos inconscientes proyectados antes de tiempo. De esta manera se puede evitar lastrar la lucha desde casa, a causa de una idea preconcebida que tiende a debilitar a uno mismo desde el momento en que la originas.

….

El tercer largo tenía un aspecto un tanto terrorífico. Discurría encajonado por una chimenea, con las opciones justas para proteger y secuencias delicadas. Este largo fue sin duda el que más tiempo llevo. Además de tener una verticalidad considerable, requería habilidad a la hora de golpear la fina capa de hielo que aún quedaba pegado en la pared. Este largo tenía pinta de no admitir que pasaran muchos más escaladores porque se encontraba bastante justo de condiciones. Por suerte, la mayor parte del largo admitía emplazamientos en la roca. Cuando Bolo y yo subimos de segundo notábamos muy incómoda la mochila, rozándose con la pared de detrás y apretándonos entre esta y el hielo. Aún así un precio justo a pagar a cambio de llevar una cuerda tensa por encima.


Cuando llego a la reunión me doy cuenta de que Luispas había empalmado dos largos, dándose uno más de lo que le correspondía. La verdad fue que no me importó. Ante nosotros ya se descubría el desplome de mixto y supuesto largo clave de la vía.

Me pongo todo el material y salgo a por él. Después de una campa larga de nieve entro en una sección de excelente hielo. Para mi sorpresa, se podía proteger perfectamente con tornillos largos. Al parecer el grosor del hielo aquí era mucho más profundo que en el resto de la vía.
Me disponía a comenzar la travesía lateral cuando el Bolo me llama la atención para avisarme de que a Luispas le ha golpeado en la pierna un buen trozo de hielo que he tirado y que le duele mucho, que en cuanto pueda monte reunión y ya veremos después lo que pasa.
Luispas más tarde me contó que un buen trozo de hielo le fue a parar al muslo de la pierda derecha y el dolor se le radió por el resto del cuerpo cortándole la respiración. Comprendí la preocupación del Bolo, porque sonaba a algo serio. El Bolo, como buen profesional del rescate, en cuestión de segundos ya tenía trazado el plan de abandono.
Yo, preocupado por Luispas continué escalando sin expectativa y de manera tranquila. Metí un friend a cañón y salí a un diedro de roca donde tuve que prescindir de los piolets. Con mucho cuidado colocaba los monopunta sobre las regletas más netas que encontraba mientras que con los guantes agarraba el filo de la pared para progresar en babaresa. Las cuerdas me rozaban un horror, haciendo que el peso extra me fatigase más de la cuenta. Llego a un resalte en el que observo hielo y por fin saco el piolet, lo clavo con fuerza por encima de mi cabeza y tras unos movimientos circenses con los pies, consigo salir de las dificultades. Unos pocos metros de campa más arriba monto una buena reunión y recojo cuerda con fuerza y confiando en que Bolo y Luispas pudieran subir.

Por suerte, ambas cuerdas corrían con regularidad. Y al rato ví como Luispas asomaba su cabeza por encima del resalte final. Cuando llega a la reunión me disculpo por haber hecho diana en él con aquel trozo de hielo del que ni me había dado cuenta de su desprendimiento. Él me cuenta que sus sensaciones habían sido muy intensas pero que se había quedado todo en una falsa alarma. Tras recuperarse del dolor se encontraba bien.
Al poco tiempo también aparecía el Bolo. Este contaba que aquel largo ya podría salir M6 apretado. Y le doy la razón.

Para llegar a cumbre encabecé un ensamble de otros 150 metros hasta compartir cima con la poderosa y amigable luz solar de las 13:40.
Luis Pastor, el Bolo y Javi Guzmán en la cumbre del Vignemale tras escalar el corredor de la "Y" 700m, M5+
Desde este lugar, las vistas me devolvieron a cuando tenía 16 años, pues aquella vez fue la última que visualicé esta imagen, una imagen que contribuyó en gran medida a mi enamoramiento por las montañas, que en el caso del Vignemale, siempre supe que volvería para cerrar el círculo que abrí aquel día. Me encuentro feliz, como todos los días, pero hoy en especial me siento satisfecho.

La bajada resultó larga y a ratos tediosa. Con empinadas rampas que obligaban a hacer sobre esfuerzos en las rodillas, pero al menos el paisaje servía de consuelo.

Rodeamos el macizo del Vignemale por la vertiente española hasta volver a entrar en la zona Francesa, esta vez bajo la luz del día y pudiendo disfrutar del espectáculo que supone caminarsintiéndose microscópico…


Llegamos al refugio y empleamos el tiempo justo para echar algo en el estómago, secar el material al sol y aflojarnos las botas. Y sin muchos más miramientos comenzamos con la bajada, dejando nuestro fantástico gigante tras nuestras huellas, para completar una actividad de 12 horas ininterrumpidas desde el primer paso de la jornada hasta el coche.

Siento algo de mágico en esta montaña. No puedo dejar de pararme para mirar atrás, como si de una llamada a mi espíritu se tratase. El magnetismo de este lugar se hace presente en cada rincón donde quieras mirar, y pese que hacía 8 años que no me dejaba caer por aquí, es una de esas montañas de las que no te puedes despedir con un adiós, si no más bien con un, hasta pronto.
Cara Norte del Vignemale 2.298m




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